
1.Into the Abyss (Intro)
2.Born for War
3.The Sound of Violence
4.Code Black
5.Rest in Pieces
6.Godhead
7.Hatebox
8.Antitheist
9.Suicideology
10.End of the Storm (Outro)
11.Bomber
12.Angels of Death
Este fin de semana he andado de mercadillos, y me ha ocurrido una cosa curiosa. Resulta que muchos de aquellos elementos que formaban parte de la vida cotidiana de quienes “crecimos en los ochenta”, que cantaban El Reno Renardo, ahora se exponen en los tenderetes y tienen un inusitado valor, pues son considerados “vintage”. Para mi el vintage son imágenes de legendarias pin ups como Betty Page o Tempest Storm posando en lencería en los años cincuenta.
Pues estoy equivocado. Vintage, en abril de 2011, son los cassettes. Vintage son los carteles de conciertos y los posters de los Ramones y Debbie Harry. Ah sí, y los relojes Casio con correa de goma. El que llevaba una calculadora era el más chulo. Y también los había con juegos de marcianitos.
Pregunté a mi acompañante si todo eso tenía valor de verdad, porque yo tengo el trastero lleno de juguetes de la tierna infancia, y hoy la he regalado una muñequera de pinchos que lucí en mis primeras visitas a los garitos jevis en Arguelles, cuando “Pour Some Sugar on me” y “Welcome to the Jungle” eran canciones recientes. Arguelles es un área de Madrid pegada al distrito de Moncloa, y tiene una calle con la mayor concentración de locales heavies de Europa, en lo que se conoce como los bajos de Aurrerá, en la calle Gaztambide.
Y lo curioso es que “mi socia” me ha dicho que es una muñequera muy buena. Cuero de verdad, nada sintético como se hacen las cosas ahora. Y es que a veces es cierto eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Los años han pasado tan deprisa que yo sigo con mi walkman y mis cintas de Scorpions o Panzer –si sí, los de “Toca Madera”-, como si me las acabaran de grabar, pero la realidad es que estas cosas ya han adquirido la condición de antigüedades, e interesan a personas que en su día hubieran abominado de los riffs de Black Sabbath o los solos de Yngwie J. Malmsteen.
No debo ser el único sorprendido por el interés que hoy día despiertan los objetos “vintage”. Sy Keeler, el histórico líder de los británicos Onslaught, también debió pasarse por algún mercadillo para adquirir unas cuantas herramientas arcaicas, revalorizadas por poseer el encanto de lo retro. Un molinillo para triturar el café en grano. Una piedra lisa para afilar cuchillos. El rumor imperceptible de la piel humana resquebrajándose ante el paso del tiempo.
Y los ha condensado y dado forma en una serie de canciones que componen su nuevo, inesperado disco, nueva pieza de un puzzle que se empezó a construir en 1985, en los tiempos en que quienes lucíamos la muñequera de pinchos lo hacíamos sintiéndolo de verdad. Una muñequera de cuero, oiga, nada de imitaciones por seguir la moda e ir “de destroyer”, ya en la segunda década del siglo XXI.
Una carrera que se ha edificado de espaldas al negocio, que se compone de muy poquitos peldaños, distribuidos con cuentagotas a lo largo de las cuatro últimas décadas. El guardameta de un equipo de fútbol es muy bueno cuando aguanta las embestidas constantes del equipo rival durante noventa minutos y se exhibe con un repertorio interminable de paradas. Pero también lo es cuando apenas le tiran a puerta, y él se mantiene firme y preparado para responder tan pronto como sea necesario.
Desconozco la razón que ha llevado al citado Keeler, junto a los “former members” Nige Rockett y Steve Grice, más los nuevos Jeff Williams y Andy Rosser-Davies, a volver justo ahora al primer plano de la actualidad, pero me gustaría mucho que este “Sounds of Violence” no pasara desapercibido.
El quinteto inglés de Bristol no ha inventado nada, ni falta que hace. Pero vienen de la generación de todos los grandes del Thrash, nadie les ha regalado nada, sus discos no aparecerán jamás en ningún top ten al uso, pero conservan el oficio y la mala leche suficientes para grabar un pedazo de metralla que se coloca directamente entre lo más bestia que uno ha escuchado en muchos meses.
Aquí tenemos letras blasfemas y oscuras –en el siglo XIV hubieran condenado a Sy Keeler a morir en la hoguera-, voces guturales, punteos que suenan a trituradoras, baterías que golpean como martillos, ritmos cortantes e imparables como el trazado de una máquina de coser –en inglés suena mejor, así que lo voy a poner: “implacable and slicer rhythms like the trace of a sewing machine”-, autenticidad y nada de pose.
Son diez temas de sonido brutal, agresivo pero muy limpio a la vez, definido, con una producción excelente, que te abofetean en el careto como el guante de un espadachín ávido de batirse en duelo. Tenemos una intro y una outro que dan simetría al conjunto, un vendaval de violencia sonora –el título no deja lugar a la duda-, y una libérrima versión para completar –“librísima”, como dicen las mujeres acerca de mi carácter-, del “Bomber” de Motörhead, en la que intervienen Phil Campbell, y Tom Angelripper de Sodom.
El logo de esta banda sigue siendo una maravilla, con las letras que parecen gotear ese rojo del color de la sangre, y la portada es puro Slayer. En la edición limitada que poseo han incluido, además, una actualización de “Angels of Death”, en plural, nada que ver con el clasicazo de Tom Araya y Kerry King. Es una revisión de uno de sus primeros temas, con sonido adaptado a estos tiempos que nos ha tocado vivir.
Debo admitir que a veces tiro de tópicos para atraer la atención del lector, pero esta vez va en serio. Cuando digo que Onslaught han conseguido sonar con la contundencia y la precisión de una cadena de montaje de automóviles de gran cilindrada es porque es de verdad. Os doy mi palabra.
Y le dedico esta review al Halcón Lunar, que empezó a reseñar en la noche de un domingo de Otoño no hace tantos meses y no ha parado, ahora que estamos en primavera.
Sy Keeler: Voz
Nige Rockett: Guitarra
Andy Rosser-Davies: Guitarra
Jeff Williams: Bajo
Steve Grice: Batería