
1. Limbs (09:51)
2. Falling Snow (09:38)
3. This White Mountain on Which You Will Die (01:39)
4. Fire Above, Ice Below (10:29)
5. Not Unlike the Waves (09:16)
6. Our Fortress Is Burning... I (05:25)
7. Our Fortress Is Burning... II - Bloodbirds (06:21)
8. Our Fortress Is Burning... III - The Grain (07:10)
No siento más que profundo respeto y admiración por Agalloch, uno de los mejores grupos del metal extremo en lo que llevamos de siglo XXI, aunque sus orígenes se hundan en el ocaso del siglo pasado. Y hasta esa etiqueta de metal extremo se les hace demasiado estrecha. Hala, lo voy a soltar ya al principio del todo y sin filtros, estos tíos son unos putos genios... o eran, ya que, sin previo aviso y tras 21 años de carrera, decidieron separar sus caminos y dejar a Agalloch “descansar permanentemente" para probar nuevas experiencias (Pillorian y Khôrada, aunque ninguna pasó de un simple rollo de una noche por puro despecho). No puedo más que sentirlo profundamente porque no existen muchas bandas que hayan mantenido tal nivel de excelencia en una nutrida y nada apresurada trayectoria, pero permitidme el lujo de decir que estos cuatro (tres, en realidad) músicos de Oregon nunca han editado algo que no mereciera la pena... ¿Cuántos pueden jactarse de algo semejante? Por tanto, y aunque lo lamente por la pérdida supuesta, no puedo más que aplaudir una decisión dolorosa, pero que deja una huella indeleble e inmaculada en sus no demasiados seguidores, entre los que devotamente me encuentro.
La música de Agalloch es muy difícil de describir, tanto que no va a ser el cerebro, ni la mano, ni el teclado quien hable, demos paso al alma para que intente plasmar lo difícilmente tangible a través de palabras. Su música no es tal, es un crisol de sensaciones, olores, texturas, sentimientos y sabores al que se debe dejar rienda suelta en cuanto penetra en nuestro subconsciente. Arte total en una suerte de realidad virtual sonora con la facultad trasladarnos a aquellos bosques del “Pacific Northwest” por los que suavemente transitan sin salir de la penumbra de nuestra habitación. Recomiendo encarecidamente la escucha sin prejuicios ni ataduras, atenta, dedicada y concentrada. De no estar dispuesto a cumplir tales premisas, casi mejor ni lo intentes, no estarías haciéndoles justicia. Fútil es la tarea de acercarse a la verdadera dimensión de Agalloch preparando unas croquetas o sacudiendo las alfombras, dedicadles los cinco sentidos porque os harán falta. La aromática resina que les dio nombre tiene un perfume que probablemente nunca conoceremos pero, si cerramos los ojos y cedemos ante el insondable poder de su arte, prácticamente podremos llegar a olfatearla.
La historia de Agalloch hasta este Ashes Against the Grain es la del continuo crecimiento, culminación de la que yo llamo su fase expansiva, durante la cual John Haughm y los suyos se dejaron llevar, sin adaptarse a ningún cliché musical que los limitase. Lejos quedaba la considerable influencia de Ulver que hizo de Pale Folklore un álbum de debut realmente especial... ni el black metal, ni el doom, ni siquiera el post-rock, el folk, el ambient o el metal progresivo marcaban ya fronteras a las que ceñirse. Todo al mismo tiempo y nada en concreto. Música con el más loable pretexto de emocionar, de remover el espíritu. Simplemente Agalloch.
Los 10 minutos de Limbs se arrastran con la más reposada de las parsimonias para llevarnos exactamente hasta dónde ellos quieren. Texturas post “lo que sea", acoples “pinkfloydianos", ritmos persistentes, acordes “doomeantes", hipnóticas melodías... nadie apresura una canción que va creciendo de forma orgánica hasta que explota con un John Haughm rugiendo cinco minutos después, precisamente cuando es necesario, sin miedo alguno a romper tales pasajes de belleza con su quebrado lamento. Es toda una delicia disfrutar con una banda que deja crecer su música de forma espontánea, dejándole espacio para respirar en cada instante, desarrollarse y madurar a su propio ritmo. Los músicos no parecen más que meros instrumentos en esta natural canalización de sensaciones.
Falling Snow directamente busca conmover, es un guiño al corazón desde la sensibilidad, en un esfuerzo de aproximación al concepto de single. Agalloch siendo ellos mismos y jugando a ser accesibles... claro que con otros casi diez minutos de abrumadora belleza. En manos de otros podría hasta resultar empalagosa, Agalloch casi se acercan a un síndrome de Stendahl musical, simplemente maravillosa y embriagadora. Disfruto hasta escuchando como Chris Greene golpea el tenso parche de esa caja acompañando al punteo de entrada... qué simple lo hacen, qué buenos son y qué rematadamente bien suena este álbum.
This White Mountain on Which You Will Die, a pesar de su ceremonioso título, no es más que cortita una pieza ambiental que nos adormece y prepara para una Fire Above, Ice Below con otros 10 minutos de intimista metal sin compromiso, que se torna acústico en buena parte de su metraje y muestra sin complejos una amplitud de horizontes difícilmente alcanzable dentro de los confines de su estilo. El momento definitivamente más próximo a un contemplativo The Mantle que ya había visto crecer a una banda de forma exponencial y que aquí daba un paso más hacia el abismo, sin temor y sin volverse atrás, como decía antes, en el clímax de su crecimiento artístico. Habida cuenta de que un también brillante Marrow of the Spirit y un ligeramente terrenal The Serpent and the Sphere se volverían más autoreferenciales durante la que para mí sería su etapa regresiva.
Épica, pegadiza, accesible y armónica se erige una Not Unlike the Waves que, al igual que Falling Snow, arroja a los Agalloch más convencionales y menos “arty". Ni aún pretendiéndolo, caen Haughm y Anderson en la banalidad. Algo más sencilla, sí, pero profundamente conmovedora, es sonar esas olas y sentirme caminando por la orilla de una solitaria playa entre árboles y con la fresca brisa marina en la cara, sensación que me resulta más que familiar con tan sólo conducir un par de kilómetros. Y, por si no hubiese sido suficiente, cierran con las tres partes de Our Fortress Is Burning, donde múltiples texturas y sabores se entremezclan para evocar desde el prog rock hasta el black metal, pasando por el neofolk, el ambient, el rock gótico, el post-rock o el doom sin ningún sonrojo y con toda la paciencia que tan ardua tarea requiere.
Si algún lunar le puedo encontrar a esta verdadera joya, serían esos innecesarios 7 minutos finales de ruidos industriales que mis obtusos límites ya no alcanzan a apreciar. Ha sido el mío un largo camino que me acabó llevando hasta la madurez necesaria para domar una obra de este calibre y la demostración está en que, cuando unos años antes me llegó The Mantle, lo arrinconé sin miramientos. Es hoy el día en que también lo atesoro con total fervor. Ashes Against the Grain, en cambio, se cruzó conmigo en el momento oportuno, hace hoy unos 14 años, y sirvió de puerta de entrada al maravilloso universo que durante casi dos décadas crearon estos tres músicos sin otro compromiso más que el adquirido para con su arte. Quien me haya leído con cierta regularidad sabe que no concedo esta distinción con mucha alegría. Cinco cuernos para la tercera obra de Agalloch.
9,25/10
- Haughm: voces, guitarras, batería y samples
- Anderson: guitarras
- J. William W.: bajo
- Greene: batería
Músicos invitados:
- Ron Chick: arco electrónico (Fire Above, Ice Below) y piano (Limbs y Our Fortress Is Burning... I)