Los Mercenarios (Sylvester Stallone, 2010)

Enviado por Cuericaeno el Sáb, 08/01/2011 - 02:01

No nos engañemos, pues al igual que todos los de mi quinta, yo he crecido viendo el cine de Stallone, Schwarzenegger, Willis, Van Damme… y he disfrutado como un enano. Y a estas alturas en que uno ya roza los 30 y se cree un hombre, de repente le brillan los ojitos cuando le vienen noticias de que aquel forzudo de nariz aguileña que con la boca torcida gritó un día “Adrian!”, ya a la vejez continuaría las míticas sagas de Rocky y Rambo respectivamente, y con un resultado más que decente (al menos en mi opinión).

Cojonudo, pero lo que uno menos se esperaba era el regalón que tenía preparado el de las ojeras para sus “niños grandes”, un proyecto cinematográfico con el que, de nuevo como director y no faltando como actor, reuniría a la crème de la crème del cine de acción ochentero de una forma nunca vista en la historia de ese género, juntándolos a casi todos en una sola película: The Expendables (“Los Prescindibles”), título traducido en España como Los Mercenarios (sí, en mi país seguimos traduciendo como nos sale de los cojones).

Su trama nos mete en la acción y convivencia de un grupo de curtidos mercenarios, una selecta elite escogida por el gobierno pero contratada en la sombra para que hagan el trabajo sucio, enviados en secreto a misiones como la que centra el argumento. La CIA esta vez les encarga la tarea de infiltrarse en una república bananera para eliminar a su dictador, el general Garza (David Zayas). Pero una vez dentro, descubren que el trabajo no es tan sencillo, pues a parte de que el objetivo no es más que el títere de otro tirano más cruel aún (el trajeado James Munroe, interpretado por Eric Roberts), se percatan de ciertos detalles más que huelen a chamusquina. Ya en la boca del lobo y jodido el plan A, ellos tienen que tomar sus propias decisiones y obrar en consecuencia.

Tal temática de grupo armado en acción sirve en bandeja la excusa para meter a la patulea celebérrima y apretujarla en una sola pantalla, pero equilibrando muy inteligentemente la balanza entre viejas glorias y artistas más modernos del “gremio” de acción: Sylvester Stallone es Barney Ross, el líder de la tropa, seguido de Jason Statham (más conocido por la trilogía de Transporter) como su inseparable compañero y experto en cuchillos Lee Christmas. Jet Li pone de nuevo a nuestro servicio su talento en las artes marciales bajo el nombre de Bao Thao, mientras que otro prefiere las armas automáticas que más pupa hagan. Ése del que hablo es Terry Crews (aquí, Hale Caesar), cuya presencia es memorable cuando toman la fortaleza y éste saca a pasear a su nena AA-12, convirtiendo a los soldados de Garza en paté de sobrasada (“Mami, ¿qué será lo que tiene el negro?”… Pues ya te lo he dicho, chochona mía: Una AA-12). Como exótico extra, del cuadrilátero de las artes marciales mixtas sacan a su tricampeón de los Pesos Pesados Randy Couture (como Toll Road) para alistarlo en este clan de soldados moteros y que reparta de lo que él sabe, trasladando sus tácticas de lucha a la gran pantalla.

La actual buena racha de Mickey Rourke tras ser resucitada su carrera con El Luchador (con la que ganó un Globo de Oro) y continuada con su excelente papel de supervillano en Iron Man 2, es reforzada aquí con su personaje Tool (traducido en España como “Manitas”), un ex-combatiente y miembro de este club de “los prescindibles” que pasa su jubilación como tatuador y consiguiendo misiones para sus compañeros. Pero la ONG personal de Stallone sigue haciendo memoria y rescata a un más olvidado Dolph Lundgren, que interpreta a Gunnar Jensen, un desfasado miembro de esta tropa que dará más de un disgusto a su equipo, pero un gustazo al expectador por poder volver a ver al ruso de Rocky IV haciendo su versión más humana de Soldado Universal.

La aparición del ya ex-gobernador de California Arnold Schwarzenegger (como Trench, candidato a liderar la misión) y la del chulito Bruce Willis (como Mr. Church, agente de la CIA que encarga el trabajo) sólo son breves cameos en una sola escena con Stallone, que aunque corta y tonta es ya clásica, sirviendo esa irrepetible conjunción estelar para un intercambio de frases muy gracioso, ironías que hacen descaradas referencias bien a anteriores películas del aquí director y actor principal o bien a la vida real de uno de los tres (no matizo más, hay que verlo y escucharlo). Además de por esa autoparodia intencionada, que al ser casi constante contrarresta la chulería y heroicidad de los personajes, el director tampoco se la da de estrella y a todos les da su propio protagonismo e identidad, tanto a los veteranos como a los más nuevos.

Poniéndolos a todos en su sitio con buen hacer y respeto, el carácter especial que le imprime a cada uno hace que de algunos de ellos desaparezca incluso el cliché que tenían colgado. Jet Li, siempre tan frío, severo y lacónico en la mayoría de sus filmes, tiene su momento entrañablemente cómico cuando intenta convencer a sus compañeros de que él debe cobrar más que ellos por ser más pequeño. Otra cosa que logra nuestro Rambo de hoy y siempre es que al arrimarse bien a Statham y saber tratar su personaje, ha conseguido proporcionarle a éste la actitud idónea, más acorde con sus salvajes facciones e iracunda mirada, mostrando en esta cinta a un Jason Statham más ceñudo y desafiante, no tan impoluto, disciplinado y correcto como en la saga Transporter. Por cierto, la paliza que protagoniza en la cancha de baloncesto es, doctamente hablando, la reostia.

Pese al mar de nombres sonados, aquí pocas posturitas hay, sino ostias como panes (pero pan de pueblo, ojo) y más lucha libre que artes marciales. Cuando no hay tiroteos o detonaciones, esas escenas de cuerpo a cuerpo que tocan son colosales, y muy realistas, tanto, que Stallone hasta tuvo que pasar por el hospital después de rodar la típica gran pelea contra el típico “forzudo-grandullón que es el ojito derecho del jefazo malo” (me seguís, ¿no?). El ogro esta vez le tocó ser a “Stone Cold” Steve Austin, hexacampeón mundial de la WWF, un ropero de cuatro puertas que aquí se tira como un ariete contra la panza del viejete y eso le duele hasta al de la última fila, aunque no esté mirando porque se esté morreando con la novia. Eso demuestra que aquí el director no sólo ejerce también de actor, sino que se lo curra hasta hacerse pupa. Sin importarle su edad, no sólo suda la camiseta, sino que la mancha con su sangre el muy guarro. Sylvester, se agradece, pero a tus años (62 aquí nada menos) ya tienes que tener más cuidadín. Todo sea por una buena escena como ésa.

En plena soberanía del pixel, en tiempos de inventar tonterías como esquivar balas a lo Matrix o disparar “con efecto” a lo Wanted, el viejo maestro se deja de mierdas y abre fuego mediante guantazos al martillo de su pistolón, recuperando la usanza y pose de las míticas pelis de vaqueros. El tito Sly odia los efectos digitales, y en esta cinta usa los menos posibles, guarda un equilibrio perfecto entre lo que se debe hacer hoy para no desentonar y lo que se debe rescatar del pasado para dignificar algo más este género. El tío aquí sabe ponerse al día, pero también nos recuerda de dónde procede.

Eso sí, como toda película de balas y puñetazos, el filme tiene sus fantasías, sus cosas de bombero torero. Poco creíble es que el cuchillo de Stallone cunda más que la Tizona del Cid (más bien que la espada láser de Darth Vader), pero no hace falta creérselo, con disfrutarlo basta. También tiene su rollo esa carrerilla que nuestro prota se pega en el muelle para encaramarse (en mi tierra ‘reguincharse’) a aquella avioneta (y ole sus huevos porque al final el tío se sube), pero no es tan grave después de todo si recordamos el numerito de la cabrita que hizo Bruce Willis montando a pelo al Harrier de la cuarta entrega de La Jungla de Cristal, agarrado a la aleta como en un torneo de rodeo (al final Brucito se ganó la muñeca chochona).

Por destacar alguna otra escena, sin irnos más lejos la inicial es una de las más cañeras y representativas, con muy buena vista la de Stallone aprovechando que el tema de la piratería en las costas de África estaba de rabiosa actualidad, emplazando así a su equipo en plenas aguas de Somalia para salvar a los rehenes de un barco y de camino mostrarnos desde el principio cómo se las gastan los colegas en cuestiones diplomáticas (sí, por los cojones. Preguntadle al pirata que acaba partido en dos).

Vibrante desde el principio y con ese buen sabor que le dan al final, cuando los vetustos soldaditos se montan felices cada uno en su Harley Davidson y salen a la ciudad con el The Boys are Back in Town de Thin Lizzy como hilo musical. Y yo, clavado en la silla bebiéndome despacito ese momento mientras el resto abandonaba la sala mascullando sus impresiones. ¡Quietos, niños!, no me hagáis como en los créditos de Iron Man, cuando sonaba la canción de mismo nombre por Black Sabbath. Para castigarlos sin cenar, como mínimo.

Los que esperaban profundidad en una película donde salen semejantes caras en la portada, van de culo y cuesta abajo, aunque no hay que olvidarse de esa triste vivencia que frente a un espejo nos confiesa entre lágrimas Mickey Rourke. Gran momento y gran interpretación, siendo uno de los pocos instantes de reflexión entre tanto balazo, bombazo y cuchillada. Los que esperaban ver El Piano que no se enfaden si lo que vieron fueron tortas como… pianos, mismamente. Los que busquen acción, llorarán adrenalina de puro gustazo.

The Expendables es una película que a grandes rasgos parece pretenciosa (por ello se ha ganado muchas críticas negativas), pero que si indagas en ella te das cuenta de que Stallone simplemente ha echado la vista atrás y después ha visto el panorama actual, y le han entrado ganas de volver a jugar a aquello que se le daba tan bien, reuniendo a sus viejos amigos para el partidito y viendo desde la perspectiva de la experiencia todo el chiste que se le puede sacar a eso. Y eso para todo espectador de mi gusto y quinta es todo un chute de testosterona y nostalgia. Bienvenido sea.

Hay sensaciones que se echan de menos, y como dentro aún me queda infancia que gastar, no sólo disfruté la proyección de esta película como en mis días de colegio, sino que estoy esperando ansioso su segunda parte. Si llega a ser posible esa secuela, a ver a qué reliquias andantes rescata esta vez el tito Sly…

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