Los Mercenarios 2 (Simon West, 2012)

Enviado por Cuericaeno el Jue, 30/08/2012 - 23:08

[Atención: Esta reseña contiene spoilers y altas dosis de infancia residual no eliminada a su tiempo por el organismo del autor]

Ya sabíamos que el sueño no había acabado de cumplirse… Por supuesto que fue grande esa conjunción casi planetaria de Stallone, Schwarzenegger y Willis dialogando en la iglesia y riéndose de sus propios curriculums. Sí, pero no era suficiente, los tres debían pegar tiros, además de que faltaba por ahí algún que otro astro pretérito por petición popular, como Jean-Claude Van Damme y Chuck Norris. Ya sabíamos que aún se le podía sacar más punta al invento, pero… ¡¿tanto?! Las expectativas se quedaron cortas ante lo que acontecería en la segunda entrega de lo que ya podemos llamar saga, la saga más emocionante de lo que llevamos de siglo en cuanto a cine de acción se refiere, pues resucitaba el plante y la praxis de aquella década prodigiosa que fue la de los ’80, pero no a modo de remake de los que ahora tanto abundan por desgracia, con caras nuevas y monas sobre cuerpos metrosexuales (tenemos inminente a un Juez Dredd que además de guapito le está grande el casco), sino tirando del vetusto bestiario, de los ceñudos gurús de las action movies de la América de Reagan.

Stallone y esa gran coalición de nombres sagrados de su género han mejorado y con creces ese macroproyecto para nostálgicos que fue llamado The Expendables (Los Mercenarios), con una segunda parte que quedará grabada en el cerebro del adepto para siempre jamás. Más sangre, más golpes, más cuchillazos, más disparos, más explosiones, más sentencia en sus textos machotes, más chulería... ¡Un momento!, ¿eso quiere decir que son más pretenciosos? De eso nada, pues aún no os he dicho que también añaden más cucharadas de un último ingrediente que ya aparecía en la primera entrega, y que aquí se convierte en uno de los más importantes y definitorios de esta secuela: la autoparodia.

Ese “chuleo humilde” (y permítanme la aparente contradicción de tal expresión) va sobre todo en forma de muchos más guiños si cabe a películas y personajes que encarnasen en el pasado sus actores principales. Si ya veíais exageradas o metidas con calzador esas referencias que salpicaban el primer largometraje, en éste es ya casi un no parar, tanto en cantidad como en obviedad y desvergüenza. Pero como todo es tan pintoresco y notas en sus caras que disfrutan con ello, tú no puedes hacer otra cosa que reirte, deleitarte y agradecer de corazón su jocosa tertulia de prejubilados, una mirada cómplice de nuestros viejos ídolos a nosotros que es todo un regalo, sentimientos retroalimentados de la pantalla a las butacas y viceversa, interactuando los actores con todos aquéllos que como yo, vivieron en sus más tempranas fibras aquel extenso catálogo cinematográfico, brutal y entrañable a partes iguales. Casi ninguno de aquellos títulos ganó un Oscar para ser oficialmente bendecidos por las masas bienpensantes, pero ello no les impide ser piezas de culto, clásicos para otra masa no menos grande de amantes del cine.

Como ya dije, estos mercenarios contraatacan más cafres, sanguinarios y soeces que antes, que matan y luego escupen sobre el cadáver (y literalmente, aunque eso sólo lo veremos una vez y de quien menos nos esperamos). Tanto es así, que la única figura femenina de la tropa es experta, entre otras cosas, en torturar (muy mono su kit de bisturís), sin olvidar que una de las primeras frases que escucharemos en la peli (si no es la primera) será una delicia shakesperiana tal como “¡Morid, cabrones!”. Pero como sabemos que todo es mentira, pues nos lo pasamos pipa. Claro, sólo el que tenga la suerte de saber disfrutar de ello sin prejuicios ni inhibiciones pseudointelectuales, ya que esto no es una afrenta a ningún valor o principio humano, sino un condenado espectáculo de acción y ficción desmesuradas, nada más. ¿Hemos olvidado la misión primigenia del cinematógrafo, la de sencillamente entretener?

Dentro de todo un metraje que sin altibajos se muestra, más que interesante, magnífico, hay dos escenas cumbre que cada una aglomera con fuerza un aspecto crucial de los dos que definen a esta cinta, uno desborda su lado cachondo, y el otro su lado indiscutiblemente épico. Ambas son llamadas a ser las dos mejores escenas de toda la película, por ello he de ponerlas aquí en relieve pues si no lo hago me muero. La primera la protagoniza Chuck Norris, que si ya en el filme se recrean en su triunfal aparición, no se contentan con eso y, para sorpresa y regocijo nuestro, empieza el mismo Chuck a tirar del repertorio popular de aquellas leyendas urbanas en plan coña que se han ido asentando estos últimos años a través de internet y que seguro todos hemos llegado a leer o escuchar, aquéllas que ensalzan a Norris como un superhombre, destructor e indestructible hacia lo estrambótico y caricaturesco (el relato de “la cobra real” no tiene desperdicio). Con la segunda escena que subrayo y que marca el cenit de lo épico y antológico del filme, no me da vergüenza decir que por poco lloro y todo, y no puede ser otra que aquella en el aeropuerto, cuando marchan codo con codo Sylvester, Arnold y Bruce disparando a la piara de villanos, gloriosa utopía en movimiento, sueño de niño cumplido a tus 30 donde es obligación aguantar la respiración y abrir bien los óculos para atesorar cada nanosegundo de semejante momento, nunca jamás vivido antes. Trío de ases sobre un gris tapete en la mejor mano del cine de tiros. Vamos, vista semejante reunión y de aquesta manera, me río yo de Los Tres Tenores.

Después de lo que acabo de contar, ¿en serio prefieres esperar a poder descargártela en roñoso screener o comprársela al negrito de la manta? Mereces una patada voladora, así que elige: ¿de Norris o de Van Damme?

Hablando de este último citado, el que protagonizó la legendaria Kickboxer, me hizo gracia saber por declaraciones suyas que rechazó la oferta de aparecer en la primera entrega y que luego se arrepintió. Stallone le diría “no te preocupes, saldrás si quieres en la siguiente, pero por haber sido malo, serás… pues el malo”.

Pero vaya si da la talla el tío, pues aquí Van Damme no sólo se gana nuestro odio por derecho propio, sino que nos trae de su propia mano y pie (no faltarán sus patadas con vuelta) una razón de peso para añadir algo que faltaba en la peli anterior y que para este tipo de cine siempre fue la mejor droga de nuestra infancia: La Venganza (¡tachán!). Y surtidita que llega, oiga, pues no sólo habrá que vengar a un compañero caído a manos de nuestro "soldadito universal", sino que en la misma escena, el compinche más cercano del villano se marca el desplante padre provocando y humillando a nada menos que Jason Statham (¡la cagaste, malandrín!), y en cuanto percibimos la mirada de ese calvo que tiene más encías que dientes clavada en la del otro, tú ya te retuerces de gustazo en el asiento (pero procurando que no te vea el resto de la sala, risoteando bajito como niño que juega al escondite), ya que sabes contra quién peleará el de la saga Transporter en una de las escenas finales, y sabes quién recibirá la paliza de su vida, y de su muerte.

Sí, amigo intelectual que me estés leyendo, será muy infantil y poco cristiano, alego inmadurez mental para salvarme en el juicio, lo que tú quieras, pero yo me froté las manos esperando tal desenlace, pues además, la película no enmascara su descaro y te vaticina sin tapujos, a la antigua usanza ochentera, ciertas cosas que sabes de sobra que ocurrirán, ciertas cosas que deseas que ocurran mejor dicho, y tanto el director como el guionista lo saben y te lo brindan con amor. ¿Acaso entramos en la sala para disfrutar de la laberíntica trama multinivel de Origen? Cada cosa en su terreno, y el mapa bien nos lo conocemos. ¿O no?

Por otra parte, no se pierdan la asombrosa efectividad de la bomba que fabrica Dolph Lundgren tirando de sus conocimientos de química (“me dieron hasta una beca”, dice el tío orgulloso), sin olvidar una frase de Arnold que me compungió pese a lo chistosa, y no precisamente es la de “¡He vuelto!” (descaradísimo guiño a Terminator), ni la de “¡¿quién falta ya por llegar, Rambo?!” (percatándose en pleno tiroteo de semejante reunión). Ambas son formidables, sí, pero me refiero a aquella otra que hace mención a un museo (no digo más), en un breve diálogo final entre los tres que se reunieron en la iglesia de la primera parte, plática concisa pero sublime, y que recalca por última vez en la cinta la razón por la que han retornado al celuloide de esta forma: simplemente para satisfacer y erizarles el vello a sus fans de toda la vida (¿es poco eso?), a la vez que aclararnos que tienen los pies en la tierra y que saben que no están ya para muchos trotes. Eso último, lo de que estén demasiado viejos, no lo veo yo muy claro visto lo visto.

Y es que esta secuela ha sido tan emocionante e intensa que casi ni eché de menos la voz de doblaje clásica de Stallone, la de Ricard Solans, que por problemas de agenda con la productora (por no esperar ésta un simple chequeo médico que tuvo que hacerse Ricard) no hemos podido contar con él en esta cinta, siendo suplido por Juan Carlos Gustems, que ha hecho un trabajo formidable, dicho sea, no siendo tampoco la primera vez que dobla a Sly. De todas formas, deseo desde aquí a la eterna voz española de Stallone, De Niro y Pacino (de 72 años nada menos) que siga sano y en forma, pues además de que se le quiere mucho, nos hace falta su tan imitado (aunque inimitable) timbre para más películas, y que sea por muchos años, además de para la tercera parte de esta epopeya vintage que me he visto en el placer de narraros, y de recomendaros muy encarecidamente.

Tú que creciste con las sagas de Rambo, Terminator y Jungla de Cristal, no me digas hoy que has madurado y esas cosas, no me seas imbécil porque perderse en la gran pantalla este momento único en la historia de TU cine de acción, no tiene perdón ni de Dios ni mucho menos de Chuck Norris. Deja el esnobismo atrás y activa ese lado en ti que aún tienes escondido en tu corazón, dormido pero no muerto, ese estremecimiento cuando Frank Leone se aferraba a la última palanca de la silla eléctrica de Encerrado, cuando el Terminator de la segunda parte convertía en chatarra la flota policial con su ametralladora de ruleta, o cuando John McClane le quitaba la radio a los malos después de matarlos y contactaba con el líder para entre chistes decirle que cuando lo pillara se iba a cagar. Ayer tarde sentí vivir casi todo eso junto, ¿te lo crees? Más te vale que sí, si no, ¡yippie ka yei, hijo de tu madre!

Una vez completado el Dream Team, estoy en vivas ascuas desde ya esperando la tercera parte. Aunque le tengo hasta miedo al futuro, pues Los Mercenarios 2 ha dejado el listón muy alto, demasiado.

¡Gloria eterna a los dioses de Acción de los ’80, no os muráis nunca, maldita sea!

Trailer