
1. Todo Mi Honor
2. No Eres Suficiente
3. Sin Compasión
4. Sólo Eres Tú
5. Intermezzo
6. No Hay Piedad Para Los Condenados
7. Viena
8. D'Astaire Club
9. Levántate
10. Arma Mortal
11. Huérfanos De La Tormenta
Tras vender un buen montón de copias de Reencarnación, con un par Santa se decantó por un cambio de timón hacia una música más pulida, cercana al A.O.R. y esos rollos. Yo se lo perdoné de sobra, seguían siendo uno de los mejores grupos que uno podía escuchar en castellano, pero está visto que la gente que tenía pelas para comprar vinilos no lo hizo, porque se vendieron muchas menos copias de este No hay piedad para los condenados. Qué lástima, empezó la rápida cuesta abajo. Como dijo Calimero, “Es una injusticia”. Muy sentidos debían ser los heavies de la época, porque este cambio de estilo produjo incluso el abandono del melenudo bajista, Julio Díaz, y tuvieron que poner a otro tipo a tañer las cuatro maromas. También entró el majete Miguel Ángel Collado para dedicarse a las teclas.
El disco es, como mandan los cánones, menos fresco aunque mejor producido, menos inmediato aunque más cerebral, menos visceral pero de mejor calidad, y todos los etcéteras habituales en estos casos. La voz está más contenida y mucho mejor colocada y afinada (quién sabe si eso era bueno o malo, el caso es que la agresividad de Reencarnación ya apenas asomaba por la voz de Azuzena). Los teclados aportan un punto más variado y también más ambicioso, con ambientes de órgano a lo Deep Purple, Whitesnake y demás iconos serios del rock duro, junto a otros pasajes más pianísticos que lo mismo empalagaron un poco a los fans más verracos. Las letras también dieron un poco de lado los temas callejeros y se empezaron a internar tímidamente por los temas amatorios y los mundos estos inocuos del honor y las batallas ignotas, lo cual también restó al grupo algo de cercanía con el público de a pie.
Pero si bien suele ser preferible un poco más de frescura aunque sea a costa de un poco de calidad (o eso pienso yo), les quedó igualmente un disco estupendo, lleno de riffs trepidantes y personales. Y sobre todo lleno de buenas melodías ante las que hay que quitarse el gorro, como las de Todo mi honor o Sin compasión. También hay una balada tremenda y con una letra más que real: Huérfanos de la tormenta, que habla de lo que le ocurre a los grupos de rock que tras pasar de moda se empeñan en seguir adelante. Espeluznante cierre del disco, para quedarte reflexionando calavera en mano en plan Shakespeare.