
1. Take This Torch (3:18)
2. Fast and Loud (4:21)
3. City of Damnation (3:45)
4. Escape the Fire (3:36)
5. March of Death (3:45)
6. Distant Thunder (4:05)
7. Hot Metal (2:21)
8. Gatecrasher (3:01)
9. Deathrace (3:30)
10. Time Bomb (3:46)
11. The End (2:08)
Qué bonita es Canadá, con su nieve, sus gentes, su hoja de arce por bandera; con sus lagos, con sus castores, renos y alces, y sus Annihilator, Voivod y Exciter…
Y de mismo rango aunque no igual fama, de esta tierra circumpolar también emergieron Razor, una pequeña tribu no contactada de puro Speed Metal, indígenas del género aún sin contaminar (ni nunca se dejarían) por los almíbares futuros de ese movimiento que por entonces avanzaba y bullía soterrado, en las entrañas del underground.
En el Ontario Veterinary College de la Universidad de Guelph aún están investigando acerca de la garganta del Hombre Perrete, más conocido en el frente como Sheepdog (“Perro Pastor”) y como Stace McLaren en su casa. Aquél del alarido imposible, aquél del que sentiréis aquí el largo y retorcido pellizco de su gaznate al liberar por las oxidadas cañerías de su laringe ese grito de guerra nazguliano, que terminaría convirtiéndose en marca de la casa, en el reclamo definitivo para acercarse a esta agrupación.
Pocas bandas pueden contar con una característica que las hace únicas, y en este caso, la voz de Sheepdog fue el sello de Razor durante los ’80, dejando el frontman tras su marcha en 1989 un gran legado en sus grabaciones con la banda, a nivel de saña, histrionismo y, ¿cómo decirlo?, ¿exotismo? Sí, un exotismo abisal que en este LP debut que aquí rescato aún lo administraba Sheepdog con cuentagotas, y que más tarde lo acabaría explotando más en sucesivos trabajos.
Pero no toda la grandeza de Razor se ciñe al que fue su voz durante el periodo 1984-1989, ya que fuera con él o sin él, los músicos que hicieron posible la no mera comparsa a la voz demostraron una gran talla en una discografía que en su totalidad no muestra la más mínima fisura, el más mínimo bache, logrando que te zampes toda ella de principio a fin y a tutto volume, como el festín de calidad, tralla y actitud que es.
Ello lo hicieron posible Dave Carlo a las hachas y los dos Mike a la base rítmica, Campagnolo al bajo y Embro a las baquetas (M-Bro en los créditos, le gustaba más así al nene). Ellos y Sheepdog conformarían el line-up clásico de la banda, el que empezaría con una demo en 1984 seguida de un magnífico EP llamado Armed and Dangerous en el mismo año, año prolífico ya que les dio tiempo a elaborar otra demo, de 11 temas nada menos, llamada Escape the Fire. Ese currelo que se pegaron los de Guelph tuvo su recompensa, logrando fichar por el sello Attic Records para al año siguiente lanzar este LP debut que abordaremos en las siguientes líneas. El álbum del verdugo, el trepidante Executioner’s Song.
Y eligieron bien Razor para inaugurar de forma oficial su existencia, nada menos que con su gran himno como corte de apertura, la pieza más incendiaria, adictiva y mítica que parió la banda en toda su historia: Take This Torch. Tenían prisa los chavales por marcarnos como a ganado con su antorcha, conmigo al menos lo hicieron desde la primera escucha.
La fórmula de esta pieza, así explicada parece fácil de aplicar y todo, así que el que quiera componer algo parecido que se cuelgue su guitarra y se siente, que ahora le explico. Pero ahora ten tú los cojones para convertir una canción en una bola de nieve cuesta abajo, que va creciendo y creciendo acoplándose todo lo que encuentra, bien sean piedras también, en un vertiginoso, centelleante y ‘dentelleante’ pre-chorus, hasta colisionar salvajemente en un estribillo que te levanta del asiento, donde cada puto “torch” es un arponazo a bocajarro en toda la frente, un disparo a quemacejas, vaya. Todo amante del Metal está obligado por ley divina a conocer este tema, si no, su alma vagará eternamente sin la luz guía de esta condenada Antorcha. Postraos de rodillas ante el Anubis canadiense, nuestro excelentísimo Hombre Perrete.
Pese a ello no puedo evitar, cosa mía, el ponerle un pequeño ‘pero’ a este Take This Torch que nos encontramos en el largo, ya que el que haya escuchado primero, como yo, su versión más genuina (la del EP Armed and Dangerous), quizá esté de acuerdo conmigo en que el resultado aquí queda demasiado difuminado por el reverb, perdiendo los alaridos de McLaren sus ásperos matices, ese pellizco del que hablaba al principio. Me gusta más sin duda la sequedad de la versión primigenia, más a pelo y sin artificios de estudio. Lo dice un amante del reverb en las producciones de los ’80, pero aquí he de reconocer que se pasaron, cosa que no capto, afortunadamente, en el resto de cortes.
M-Bro aporrea ansioso su kit para presentarnos Fast and Loud, con ese main riff tan entrañable, con su punteillo de remate y de regalo, que me pierde de igual forma que como lo hace esa sección de versos de guitarras tan pujantes, y por cómo saca a pasear éstos su cantante, tan vacileta él, seguido de un estribillo que bebe descaradamente del mismo abrevadero de whiskey de Lemmy Kilmister. Chorus sencillo, pero de los que entran y se quedan: ”Fast and loud/Loud and proud/Gotta rock hard/To please the crowd”. ¿No es una delicia? Sí, y ellos lo saben, y se encargan de explotar el invento llevándolo inalterable por diferentes sendas, bien a capela o acribillado a mamporrazos de púa y baqueta. Speed Metal con regusto rockero, o sea, el Speed más embrionario y auténtico, el que no se confunde ni de coña con el Power Metal. Los que aún no tengan claro qué es una cosa y qué es otra, o los que por sana ignorancia fundan ambas en una, tomen este botón como muestra, verán por fin la luz.
En City of Damnation el hacha Dave se encarga de manufacturar alambre espino a destajo para que nos cruce de oreja a oreja como a la muchacha de aquella portada de los Accept, rebañándonos el cerebro mientras los coros entonan, y detonan, el título del corte. Y aunque muchos no conozcan a esta banda, esto no se trata de Metal de serie B, sólo hay que escuchar lo señor que entra el riff que prologa al tema que diera título a su anterior demo, Escape the Fire, la supremacía de un riff de ésos que anuncian algo grande, algo que se va inflando, bombeando, hasta estallar en una interesante deflagración. Aquí Sheepdog firma a su manera en dos ocasiones que destacan por sí solas sin necesidad de aviso previo, una está en ese ultradesgañitado “let’s go!” [2:06] que marcará un importante cambio en el tema, y la otra es ese grito final en el que la banda lo dejan solo (como por imposible), y éste termina su animalada de la misma forma en que un globo desinflándose apura pitando sus últimas gotas de aire. Qué bicho de tío.
Cuando leemos un título como March of Death nos viene a la mente un medio tiempo parsimonioso, marcial, como una marcha fúnebre. Bien, ¡y una mierda!, porque esto es Speed Metal y Razor acababan de salir del cascarón, por lo que tenían muchas ganas de corretear por ahí. Riffs prietos que dejan escapar al acorde por el mínimo recoveco, las mínimas fisuras que deja el fornido cordón del mute que envuelve a la opresiva base rítmica, de la cual el bajo de Campagnolo se marca sus acentillos de notoriedad en este tema. De esta “Marcha de la Muerte” no podemos obviar el buen solo que puntea el único hacha de la formación, el incombustible Dave Carlo.
Un charles seguido de un bombo empiezan a marcar un medio tiempo. Mira tú por dónde, y parecía que no habría de ésos. Aquí es donde se nota la clase de esta banda, cuando a veces, sólo a veces, optaban por no echarle tanto carbón a su voraz locomotora. Esos riffs reposados que se dan tiempo para decirte muchas cosas, un armónico por ahí o un arañón de bordón por allá, guitarras más expresivas, no tan ceñudas ni a piñón fijo. Ellas arropan a un sheepdog que nos pide que escuchemos al Trueno Distante y fantaseemos sobre la decadencia y el peligro que éste evoca. No tardan en aburrirse de ir a gatas y la banda aviva la caldera de nuevo, pero esta vez con un ritmo muy Children of the Grave que adornarán de matices melódicos, frenéticos pero melódicos al fin y al cabo, cargando su siempre espídico carrusel con carices muy del Heavy tradicional de entonces.
En Hot Metal el grupo vuelve a garabatearse la cara con sus pinturas de guerra, y es que el título ya lo avisa: La inmediatez, el pisotón de acelerador y el mensaje estrictamente truista del speeder purasangre. 2 minutos y 21 segundos de ”metallic mayhem on the loose”, sin restricciones. Lo mismo que con Gatecrusher, cuyo fuerte son en su caso esos parones de riff en el verso con el que la banda nos cornea en su carrera, para dar un corto paso atrás de impulso y embestirnos de nuevo. El otro fuerte está en el protagonismo que toma el bajo del segundo Mike aquí, que nos deleita con muy interesantes líneas.
”Rebel racer speeding on
Will you ever reach the sun?
Blazing chrome, gleam machine
Fastest thing you've ever seen”.
Ahí quedó eso, todo un tratado de intenciones de la mano de Deathrace, otra tonadilla cuyo nombre también lo dice todo. Pero es turno para que sus guitarras hablen, con ese trote inicial que despega en esos guadañazos de acorde. Pero lo mejor y más inesperado llega en el estribillo, de concepción melódica tan marcada, bella a la vez que desafiante, oscura, ese cántico a empujones que enamora desde su propia decadencia; uno de los momentos más cruciales del álbum y que hace de esta canción una de las que mejor se degustan, y de las que mejor se recuerdan. Y ya que hablamos de estribillos así, tampoco se queda atrás el de Time Bomb, que también guarda un exquisito equilibrio entre desdén y emotividad, repartido equitativamente entre el cantante y las punzantes guitarras, llevándonos de nuevo a otra forma de disfrutar a los Razor, que para nada se limitaban a tirar millas quemando las gomas, sino a pensar muy bien con qué y en qué merecía la pena fundirlas con el asfalto, o despegarlas dos palmos de él.
Con esa misteriosa canción-outro de lloros de bebé y melodías arrastradizas llamada The End la banda daba punto y final a su impetuoso debut. El horrible arte naíf del verdugo de la portada seguro que hizo que Leonardo Da Vinci se revolviera en su fosa, pensando en tantas disecciones secretas con las que corrió peligro para que en el siglo XX dibujaran ese horrendo brazo del portador de la guitarra-hacha. Pero si las cosas no fueran así no podríamos contar con ese factor entrañable y amateur que acompaña a estas producciones pretéritas, a esta lucha por la supervivencia fuera del underground que tanto abundó en esas primeras corrientes que parió el Heavy Metal en los ’80.
El permafrost de la Tierra de los Mil Lagos se derritió el día en que emergió de la nada esta Cuchilla al rojo, y mucho fue el esfuerzo de los que la forjaron para que hoy no demos la espalda ni cerremos nuestras orejas ante una gran banda como ésta, de escucha vitalmente recomendada. Si perdéis la cabeza por el Speed Metal, dejen rebanársela por estos insignes alabarderos, nobles compatriotas del Yunque, el Voivoda y el Aniquilador. Denominación de origen.
Sheepdog: Voz
Dave Carlo: Guitarras
Mike Campagnolo: Bajo
Mike Embro: Batería