
1. Ghost of Perdition
2. The Baying of the Hounds
3. Beneath the Mire
4. Atonement
5. Reverie/Harlequin Forest
6. Hours of Wealth
7. The Grand Conjuration
8. Isolation Years
Hacia la mitad de la década del 2000, los suecos Opeth ya eran reconocidos mundialmente. Podría decirse que ya no entraban en el catálogo de “banda underground”. El éxito comercial que se venía engendrando desde los tiempos de “Blackwater Park” (2001), los situaba en una posición en la que comenzaban a tener cada vez más difusión. Vista la situación, los peces gordos de la industria discográfica no dudaron en tomar cartas del asunto. De este modo, Opeth es fichado por Roadrunner Records, abriendo a su paso muchas puertas y por supuesto, la oportunidad de expandir su música a un público más masivo. Obviamente, este movimiento trajo consigo la eterna diatriba de si se vendieron o no, por lo tanto los suecos se vieron sometidos a una prueba en la que debían demostrar al público (y a sí mismos) que a pesar de tener el apoyo de una gran discográfica, todavía serían capaces de emocionar a sus seguidores y mantenerse fieles a su barroca y detallista naturaleza. Ahora surge la pregunta del millón: ¿Lo consiguieron? Mi repuesta: sí. Pero, ¿pudieron mantenerse de esta manera en obras futuras? Ahí la cosa cambia un poco, pero vamos a lo que nos ocupa.
“Ghost Reveries” lanzado en 2005 supuso el primer trabajo de la banda bajo el amparo de Roadrunner, y con él dieron una declaración de principios y demostraron que aún eran capaces de engendrar obras maestras. No lo pondré más difícil, “Ghost Reveries” es un disco maravilloso que por mérito propio se hace un lugar entre las mejores obras de la banda. Un disco que fiel a la naturaleza de Opeth, supone a la hora de escucharlo todo un viaje estelar entre texturas, melodías y matices que no tienen desperdicio. Como todo engendro parido por ese visionario que toma el nombre de Mikael Akerfeldt, lo presentado aquí requiere no una, sino muchas escuchas (cada una con mucha atención) para poder descubrir todas sus maravillas.
Quizá la mejor manera de definir “Ghost Reveries” a nivel musical es como una combinación entre “Deliverance” (2002) y “Damnation” (2003). Aquí se toma lo mejor de ambos títulos y se los fusiona dejando un resultado excelente. Cada tema tiene una personalidad muy bien definida, lo que produce que el LP esté lejos de caer en la monotonía. Vamos, Opeth en estado puro. Mención aparte merece la llegada del tecladista Per Wiberg al grupo. Con él, los teclados comienzan a tener una mayor participación en el sonido de la banda, enriqueciéndolo notablemente.
“Ghost Reveries” es un álbum conceptual en el que las letras de las canciones (a excepción de la última) narran el agónico y tortuoso descenso hacia la locura por parte de un hombre que tras haber asesinado a su propia madre se ve invadido por un enorme sentimiento de culpa y arrepentimiento que poco a poco lo llevan a su perdición. No es lo más original del mundo, pero lo cierto es que Akerfeldt hace un trabajo bastante interesante al narrar cómo el personaje está tratando con sus demonios interiores, llegando a introducir vinculaciones con el ocultismo y similares. El concepto en este álbum, a diferencia de otros discos conceptuales como “My Arms, Your Hearse” o “Still Life”, está tratado de una manera más abstracta y no tan directa como en trabajos citados. De más está decir que escuchar “Ghost Reveries” mientras se siguen las letras es una gran experiencia.
La portada, como no podía ser de otra manera, sigue la tónica lúgubre y misteriosa que prácticamente se ha convertido en marca registrada de todas las caratulas de Opeth. Ese ambiente oscuro, con esa tenue iluminación y esa intimidante silueta provocan un mal rollo enorme. Si en algo destacan las portadas de Opeth, es que consiguen representar en su bella aunque escalofriante naturaleza la oscura propuesta musical de la banda, y la de “Ghost Reveries” no es la excepción, para el que aquí escribe uno de los mejores “art works” que ha tenido la banda, cortesía del artista gráfico Travis Smith.
El disco nace con “Ghost of Perdition”, tema que nos muestra a los Opeth más esquizofrénicos y camaleónicos a lo largo de sus diez minutos y medio de duración, en los que sucede de todo en un desarrollo intrincadísimo e imprevisible. La banda suena muy compenetrada, la base rítmica del bajista Martin Mendez y el prodigio baterista Martín López es de ensueño, las guitarras de Peter Lindgren y Akerfeldt funcionan de maravillas cumpliendo magníficamente su cometido según sea la ocasión (o bien nos crujen el cráneo en dos o nos regalan una dulce y delicada melodía), y los teclados de Wiberg le otorgan ese plus épico que le ayuda a ganar intensidad al conjunto. El trabajo vocal a cargo de Akerfeldt como de costumbre es soberbio y demuestra una gran versatilidad tanto con su versión gutural (partiendo de tonos extremadamente graves y llegando a alcanzar otros más agudos) como en su versión limpia (un ejemplo de su excelente dominio como cantante “limpio” se encuentra en 02:48, atención a ese pasaje). Volviendo al desarrollo en sí, lo mostrado aquí es esquizofrenia en su más pura representación. Los cambios de ritmo son absolutamente demenciales (mucha atención a 02:34), es una composición en la que en todo momento sucede algo distinto, pero de todos modos, está estructurada de una manera que evita que el desarrollo pierda sentido. Con todo su complejo y barroco desarrollo, este “Fantasma de la perdición”, pese a sus más de diez minutos de vida, da la impresión de durar menos, ya que en ningún momento llega a repetirse y por lo tanto, resulta muy ameno.
Finalizado el viaje en montaña rusa que nos abrió las puertas del disco, “The Baying of the Hounds” asoma con influencias que beben bastante del Hard Rock (por supuesto, sin alejarse de los horizontes de la banda), las cuales se hacen evidentes en el riff que nos da la bienvenida y en el trepidante ritmo que lo motoriza. El tema se muestra optimista y enérgico durante sus primeros momentos, hasta que en 03:15 la marcha aminora considerablemente y se adentra en una atmósfera parsimoniosa y llena de misterio que poco a poco va sumergiendo al desarrollo en un aura mucho más oscura y lúgubre para finalmente retornar a la fuerza pero con un mayor hincapié en la faceta más deather del grupo. Mención especial para esa belleza que surge en 07:28, lo que podría considerarse el “segundo parón” del tema. Aquí los suecos nos obsequian un delicado y sentido pasaje que nos rememora a unos Opeth más en onda “Damnation”, con una percusión sutil pero envidiable a cargo de López y unos emotivos punteos en las guitarras acústicas que son sazonados por los mágicos teclados de Wiberg engendrando así una serie de melodías bellísimas que a la vez emanan una melancolía que hiere. La calma se interrumpe en 09:10 con un violento arrebato de doble bombo y un Akerfeldt marcando presencia con sus imponentes guturales los cuales se encargan de llevar al tema a un pirotécnico y aplastante final.
Una arabesca melodía en los teclados a cargo de Wiberg nos da la bienvenida a “Beneath the Mire”, que tras una prolongada y melancólica introducción instrumental se torna rápidamente hacia una dirección más malvada y amenazadora con predominancia de riffs gruesos y cortantes, una base rítmica pulverizante y un Akerfeldt en plan “monstruo de las galletas”. Los suecos muestran algún que otro retazo bluesero en ese intimista pasaje que surge en 03:24, otra prueba de que las influencias son inabarcables. La sección final de “Beneath the Mire” (07:10) es un delirio total aunque muy oportuno ya que prepara una ambientación psicodélica que resulta ideal teniendo en cuenta lo que nos espera en el siguiente número.
“Atonement” es una pieza que podría hacer sido editada en la década de los ’60, emana psicodelia y un espíritu sesentero a borbotones. Al ser tan atípica es probable que eche hacia atrás a muchos seguidores. Con esto ya se puede notar que Akerfeldt por aquellos tiempos ya comenzaba a masticar lo que sería el concepto de “Heritage”. Musicalmente es un tema oscuro e hipnotizante, Wiberg gana mayor protagonismo y dota al corte de unas melodías que se mantienen en una línea muy similar a la de la intro de “Beneath the Mire”, López realiza un buen trabajo tras los parches marcando unos curiosos ritmos tribales y Akerfeldt se mantiene en las vocales muy calmo, casi susurrante. Lo cierto es que como tema no está mal, pero desentona un toque con la tónica general del disco. Finalizada “Atonement” tras sus más de cinco minutos de duración, surge en 05:28 “Reverie”, una melódica y extravagante intro para “Harlequin Forest”.
(Nota: pese a que en el tracklist “Reverie” aparece como parte de “Harlequin Forest” (Reverie/Harlequin Forest) lo cierto es que la primera nombrada es en realidad parte de “Atonement”, por lo tanto lo correcto sería “Atonement/Reverie” y no como aparece en el disco)
“Harlequin Forest” nos vuelve a traer a los Opeth más contundentes por unos minutos antes de sumergirse en aguas más calmadas en 03:35, punto de partida para uno de los más brillantes pasajes del redondo (curiosas esas connotaciones a Rock Sureño que se pueden percibir en las guitarras de 05:12). “Harlequin Forest” supone una de las mejores performances del disco a nivel vocal, Akerfeldt lo borda en cada una de sus facetas, ya sea agresiva o calmada (no pocas veces se dijo: el sueco es un crack absoluto). Sencillamente, uno de los puntos más álgidos de “Ghost Reveries”, casi doce minutos para uno de los mejores temas del disco, y del repertorio de Opeth a grandes rasgos.
Pocas cosas a nivel musical me han llegado al alma de la manera que lo hace “Hours of Wealth”. Una sentidísima composición ejecutada sólo con teclados y guitarras acústicas que posee una carga emocional enorme. Akerfeldt realiza una interpretación vocal que queda para el recuerdo en una oda a la desolación capaz de tumbar al más fuerte. El tema se despide con una delicadísima ejecución en las seis cuerdas con un espíritu muy bluesero que le viene como anillo al dedo a la melancólica ambientación que lo protagoniza.
“The Grand Conjuration” nos devuelve al sonido más aplastante de los suecos, con un desarrollo que recuerda bastante a los tiempos de “Deliverance”. Un número malvado y bestial en el que las guitarras y teclados no paran de despedir escalofriantes melodías mientras la base rítmica dirige el corte de manera machacante y avasalladora sin dejar títere con cabeza. Un contraste total con el aura calmado y pacífico que moraba en el corte antecesor, mientras que en el anterior la delicadeza y la melancolía eran los principales protagonistas, en “The Grand Conjuration” la distorsión, la furia, la guturalidad, la mala leche y las percusiones aplastantes son los que mandan. De más está decir que con esta pista, nos encontramos con los diez minutos más bestias de todo el trabajo.
El disco finaliza con una breve balada que podría haber formado parte de “Damnation” sin ningún problema, ya que es deudora de la propuesta más orientada al Rock Progresivo que se presentó en dicho álbum. “Isolation Years” es el tema más corto y si se quiere, simple del disco. Iniciado por unos deprimentes punteos que recuerdan bastante a “Windowpane” (el tema de apertura del trabajo de 2003), este calmado y oscuro medio tiempo se encarga de tranquilizar las aguas y cerrar “Ghost Reveries” con calma y delicadeza. Un tema que si bien no presenta la locura compositiva de los temas anteriores, resulta muy bello. El estribillo es simplemente maravilloso y nos sumerge en un estado de hipnosis del cual es difícil salir.
Conforme a que pasa el tiempo, una cruda verdad se hace cada vez más certera, y es que “Ghost Reveries” vino a cerrar una era: esa era en la que Opeth eran capaces de crear obras maestras. Lo que vendría después se estancaría en lo notable y en un caso muy particular, en la mediocridad y la falta de personalidad. Algunos vinculan la llegada de más dinero con este bajón en la inspiración y es que siendo realistas tras “Ghost Reveries” (y el éxito en ventas que éste supuso) las cosas no volvieron a ser las mismas.
Opeth entregaron en 2005 una obra maestra, probablemente la última de su majestuoso catálogo. Como se mencionaba al principio de la reseña, “Ghost Reveries” demostró que Opeth podía seguir siendo Opeth pese a ser parte de una discográfica más masiva, entregando un trabajo sobresaliente que rebosa inspiración, complicidad y calidad como pocos. “Ghost Reveries” señores, el disco que hasta la fecha se eleva como el último gran álbum de los suecos, el último gran pelotazo, el último “five horns”.
Mikael Akerfeldt: Voz & Guitarras
Peter Lindgren: Guitarras
Martín Mendez: Bajo
Martín López: Percusiones
Per Wiberg: Teclados