
1. She Is the Dark (08:26)
2. Edenbeast (11:23)
3. The Night He Died (06:25)
4. The Light at the End of the World (10:36)
5. The Fever Sea (04:05)
6. Into the Lake of Ghosts (07:09)
7. The Isis Script (07:08)
8. Christliar (10:31)
9. Sear Me III (05:26)
“The light at the end of the world
burns bright for mile and mile
Yet tends the man its golden glow
in misery all the while.”
Aaron Stainthorpe, 1999
En estos tiempos que parece acabarse todo lo mejor es hundirse en esa miseria para hacer catarsis y renacer con un brillo dorado. El encierro, la soledad y la desesperación se sienten hoy más que nunca y en dichos momentos música como la de My Dying Bride es necesaria.
Hay quienes no entienden el propósito de una música tan melancólica y deprimente, pero los que no entienden ignoran que los que nos dejamos llevar por las mareas del sollozo al final terminamos sintiéndonos ligeros y hasta felices, y que además, en los surcos de la tristeza desgarradora se esconde la más genuina belleza rodeada de espinas, porque sufrir es parte de los que nos mantiene vivos y en movimiento.
My Dying Bride es, posiblemente, la banda más consistente y sólida en el arte del desahogo emocional, donde la aflicción, la poesía y la delicadeza funcionan como un mismo ente. Obras como “As the Flower Withers”, “Turn Loose the Swans” o “The Angel and the Dark River” habían mostrado anteriormente que el Metal podía ser mucho más que brutalidad, energía y rebeldía, sino que también podía ser elegante, lúgubre e idílico sin abandonar lo que hace al Metal...Metal. Y sonará como una tontería, pero la verdad es que son pocas las bandas capaces de hacer semejante hazaña, porque lo común es que la mayoría de agrupaciones no tienen la comprensión o el talento para expandir el Metal sin corroer su esencia y es que, Stainthorpe y compañía, incluso en sus lanzamientos más experimentales como “34.788%... Complete“ la cuestión se palpa genuina y aunque no demasiada acertada queda lejos de ser una payasada estrafalaria.
Queda claro que My Dying Bride no fueron los primeros ni los únicos en combinar un delicado instrumento como el violín con el Metal extremo, habiéndose adelantado Paradise Lost con su monumental “Gothic” unos meses antes con respecto a su primer EP o si nos vamos incluso más atrás Celtic Frost en “Into Pandemonium” ya habían dado con la mezcla de sonoridades extremas combinadas con la melancolía gótica, con violines incluidos en pleno 1987, pero ningún otro grupo, con la excepción de Celestial Season, ha sabido implementar las dulces cuerdas del violín con el Metal de manera tan orgánica y dolorosamente hermosa. El violinista (y tecladista) Martin Powell fue uno de los elementos claves de My Dying Bride a la hora de plasmar su desalentador y renegrido romanticismo, que acompañó a la banda desde su EP, “Symphonaire Infernus Et Spera Empyrium”, hasta su no malo, pero sí menos inspirado “Like Gods of the Sun”, dejando a la banda sin una de sus piezas centrales, dando paso al que se podría considerar el primer y casi que único tropezón (hagamos que el “Evinta” nunca existió) dentro de la discografía de los británicos: “34.788%... Complete”.
Luego de un coloso como “The Angel and the Dark River” parecía que la banda nunca podría recuperar su “toque”, con lanzamientos que cada vez parecían ir más en picado lo normal era que para finales de los noventa los fanáticos de la banda esperaran lo peor, pero My Dying Bride demostraron que no son una de esas agrupaciones que se estancan en el pasado siendo incapaces de sacar obras excelentes (y obras maestras incluso si hablamos del “Dreadful Hours”) e inspiradas nunca más, porque con “The Light at the End of the World” renacieron como muy pocos lo hacen, marcando el inicio de una segunda juventud que es tan imprescindible como su etapa más clásica.
“The Light at the End of the World” rescata de nuevo las raíces Death/Doom sin abandonar la cristalina finura de “The Angel and the Dark River” y ante esto lo más normal es esperar oír esos devastadores violines al estilo de “Turn Loose the Swan” de nuevo y que Powell volviera ¿No? Pues no fue el caso, Powell no regresó (y no regresaría nunca más) y se prescindió de uno de los elementos más característicos de la banda, pero lejos de perder la magia este álbum demuestra que My Dying Bride no vivían del “gimmick”, no eran una agrupación de un solo truco, sino que su talento iba mucho más allá.
El hueco de Powell lo llenó Jonny Muadling, tecladista de los estrafalarios, pero geniales Bal-Sagoth y para sorpresa de muchos su inclusión funcionó a la perfección y es que uno de los puntos más fuertes del disco es precisamente el uso de los teclados, que siendo sutiles y nada invasivos dan dimensión, textura y una grandilocuencia muy propia de este disco que es sencillamente espectacular. Las teclas de Maudling dan un aire definitivo a la música, dando una sensación de que realmente estamos presenciando el final del mundo.
Otro aspecto que hace sentir a “The Light at the End of the World” como un disco tan colosal, decisivo y grandilocuente es la extensión de las composiciones. El álbum dura una hora y 11 minutos, haciéndolo el álbum más largo de la banda hasta la fecha. Lo primero que se puede pensar es que se les fue la mano con la duración y puede que sí, sin embargo, yo soy de los que defiende que en el álbum no sobra ni falta un segundo y que además dentro del extenso pasillo oscuro en que nos meten My Dying Bride hay montones destellos de luz de esos que te erizan toda la piel. No podría decir que aquí se encuentre uno de los mejores temas de la banda como lo pueden ser “The Bitterness and the Bereavement”, “Erotic Literature”, “Your River”, “The Crown of Sympathy”, “The Cry of Mankind” o “The Dreadful Hours”, pero sí que se encuentran varios de los mejores momentos de toda su discografía en temas impresionantes como “She is the Dark”, “Edenbeast”, “The Night he Died”, “The Light at the End of the World”, “The Isis Script”, “Sear Me III” (con Aaron a las voces pletórico) o la titánica, épica y mayestática “Christliar” que sin ser necesariamente uno de los temas más representativos del grupo personalmente se abre hueco dentro de mis favoritos de su extensa y prolífica biblioteca.
“The Light at the End of the World” podrá ser visto como un disco menor por algunos, pero yo opino que está lejos, lejísimos de serlo, porque cuando una banda mantiene tan alto el listón a veces se menosprecian obras que a manos de otra formación serían alabadas como obras maestras.
Podría extenderme más destacando y describiendo aquellos momentos que considero mágicos a lo largo del álbum, pero teniendo en cuenta la extensión y naturaleza de este lanzamiento me parece algo innecesario y fútil. “The Light at the End of the World” es una obra de arte repleta de instantes que te estremecen de pies a cabeza y la verdadera magia está en que cada quien descubra sus propios instantes y que los sienta con cada fibra de su ser, porque aquí no solo Stainthorpe hace poesía, sino que también la hacen las guitarras y lo más hermoso de este álbum es que cada quien se fijará en diferentes versos que nos susurran las cuerdas.
No llega a la maestría de un “As the Flower Withers”, “Turn Loose the Swans”, “The Angel and the Dark River” o “The Dreadful Hours”, pero tampoco se queda demasiado lejos, siendo solo superado por los álbumes mentados. No será su disco más conocido, pero si te dejas atrapar por él nunca te soltará.
Valoración: 9.2
Aaron: Voz
Andrew: Guitarras
Ade: Bajo
Shaun: Batería
Músicos de sesión:
Jonny Maudling: Teclados
Calvin Robertshaw: Guitarras (track 9)