My Dying Bride - The Angel and the Dark River

Enviado por Junkhead el Vie, 01/01/2016 - 22:51
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Una vez conquistado gran parte del underground europeo con la publicación de “Turn Loose the Swans”, My Dying Bride establecieron su nombre como toda una potencia ‘metálica oscura’ que prometía un futuro de infarto. La presión de seguro alcanzaba magnitudes catastróficas para los británicos una vez entraron al estudio a grabar el sucesor de aquella apoteósica placa de 1993. Es que no es fácil. ¿Cómo mierda hace uno para grabar una sucesión a una obra como “Turn Loose the Swans” sin hacer el más lamentable ridículo? Con el tiempo la respuesta fue más simple de lo que parece: siendo los My Dying Bride del ’95. Con esto ya parecería que está todo el pan vendido y no queda más que decir en este texto, pero acompáñenme, que esto sí que vale la pena.

“The Angel and the Dark River” vio las calles en mayo de 1995. Aquél año, de la misma manera que lo fue aquél que dio a luz a “Turn Loose the Swans”, fue un año bastante movido para el trío de Peaceville. Paradise Lost vivía su época dorada con el lanzamiento de “Draconian Times” (quizá viviendo el momento de su carrera de mayor éxito económico) y Anathema continuaban su camino en tierras Doom con el magistral “Silent Enigma”. Como un cancerbero que ataca metódica y sincronizadamente, el mencionado trío le daba al mundo obras que de una manera u otra le daban una nueva vuelta de tuerca a su propuesta. En el caso de “The Angel and the Dark River”, se trató de la gota que derramara el vaso para aquellos seguidores que idolatraban los tiempos de “As the Flowers Withers” y ya de por sí miraban torcido a la impactante y por otro lado, coherente evolución que los británicos tomaron con “Turn Loose the Swans”. Todo ese sector se marchó al comprobar cómo aquellos se despojaban por completo de toda influencia de Death Metal presente en su sonido. A día de hoy podemos comprobar que aquél alejamiento fue temporal, pero en 1995, alguno que otro puso el grito en el cielo, de la misma manera que lo hizo parte la brigada Painless al escuchar “Draconian Times”.

‘Es imposible satisfacer a todo el mundo, así que ni te molestes en intentarlo’. Sabias palabras las de Stainthorpe, quien junto con el resto de la manada veía como de la misma manera que algunos seguidores se marchaban, una buena cantidad de nuevos fans se veían cautivados por esta nueva ruta que tomaban My Dying Bride en la placa que hoy nos ocupa. Ya en “Turn Loose the Swans” la adición de voces limpias permitió un grado extra de emotividad en las letras; viendo lo bien que estas funcionaban, Stainthorpe puso en reposo su faceta más bestia y decantó por un tono más ‘amable’ en “The Angel and the Dark River”. De la misma manera, la música también hizo lo propio y es que desde ya se puede adelantar que las atmósferas que maneja el disco de 1995 evocan más la melancolía de una tarde lluviosa que a la absoluta miseria, este último un apartado en el que triunfaban con creces las obras predecesoras. Menos Death y más Gothic. Menos agónico, menos letárgico, menos denso y por eso, el asunto fue más accesible para aquellos que aún no estuvieran listos para la hiriente oscuridad de un “The Bitterness and the Bereavement” o un “Turn Loose the Swans”. Llegaron ofertas de gira desde Norteamérica, territorio virgen para aquellos británicos que paradójicamente no eran muy bien recibidos en su país natal, y con estas, una mayor difusión a nivel mundial, pese a que la recepción por allí haya sido discreta. Por si fuera poco, el mismísimo Steve Harris (!) les invitó a ser teloneros en una gira europea con Iron Maiden al quedar maravillado con el álbum que se habían sacado de la manga los de Halifax. En pocas palabras, si “Turn Loose the Swans” fue el bombazo, “The Angel and the Dark River” terminó de consagrarlos.

Más allá de su inexplicablemente austera presentación, “The Angel and the Dark River” sale triunfante a todas luces como sucesora a aquel intimidante magnum opus de 1993. Tanto en producción (entre las mejores de su discografía, sino la mejor) como en composición, los My Dying Bride de 1995 tuvieron los huevos muy bien puestos, y como era de imaginar, salvaron el examen con una nota altísima. ¿Cómo carajo bajar del 8/10 cuando así como así me empiezan el disco con un pedazo de obra maestra como la apocalíptica “The Cry of Mankind”? ¡Imposible! Los muchachos de Halifax inician el disco que hoy nos ocupa en plan “a todo o nada” y de esta manera nos presentan su himno por excelencia, en este caso una composición mastodóntica de 12 minutos que desde el primer segundo explota una melodía (construida en un bucle que se repite hasta el infinito) que se queda para siempre en la mente del receptor, hiriendo, marcándose a fuego. Como ya nos pasaba en la reseña de otra banda bastante cercana a la que nos ocupa hoy, el mismo título de la canción define al cien por cien lo que esta evoca musicalmente: el llanto de la humanidad, y poco más. Y es que puede que suene como un pesado, pero no nos encontramos únicamente ante el himno por antonomasia de la banda sino que también lo hacemos ante una de esas composiciones musicales que mejor se adaptan a eso de “Banda sonora para el Apocalipsis” (la segunda mitad del ‘track’ es de otro mundo). El videoclip grabado para esta épica obra de Doom Metal apenas si llega a un tercio de su duración original, pero el tema es que con una banda cuyos temas generalmente suelen rebasar los cinco minutos, el material que se usa de promoción suele ser más un ‘teaser’ de una épica de 15 minutos antes que una demostración de la obra en toda su magnitud.

Por su parte “From Darkest Skies”, lejos de bajar el listón aunque sea por un milímetro ya anuncia que ese tipo que lleva por nombre Martin Powell esta vez viene para llevarse su buen pedazo del pastel. La ejecución del violín por este hombre es soberbia, y los teclados ya alcanzan un nivel casi catedralicio (pocos sonidos imponen tanto respeto como el de un órgano), dando un buen giro de tuerca en relación a su actuación en trabajos anteriores y adquiriendo un puesto clave en el desarrollo de la música. No quedan en el olvido las guitarras de Robertshaw y -el capitán de la nave- Craighan, brillando a todas luces ya sea cuando acaparan toda la atención como cuando hacen de base para Powell quien deja impresa aquí una de las mayores performances de su vida.

Por hacer un paralelismo con el cine, lo de Powell recuerda a aquél actor “segundón” que no aparece mucho y figura en el quinto puesto en los créditos finales, pero que cada vez que se deja ver se roba la película, dejando a los protagonistas en segundo plano. “Black Voyage” es un perfecto ejemplo que atestigua lo dicho, porque cada vez que el violín de este músico salta a la escucha, como era de prever: se roba por completo la función. La cosa no va en menospreciar los incontables escalofríos que producen infartantes melodías de Craighan y Robertshaw ni tampoco la inconmensurable emotividad que Stainthorpe imprime en sus líneas vocales, pero es que lo de Powell es de otro mundo, digamos que a cada intervención suya el señor se las arregla él solito para sustituir a Stainthorpe en el puesto de maestro de ceremonias. Un grande con todas las letras.

Otra performance para enmarcar es la del mentado Stainthorpe en la majestuosa “A Sea to Suffer In”, en la cual el front man alcanza unos niveles de dramatismo dignos de una tragedia shakesperiana, mejorando sobre lo empezado en “Turn Loose the Swans” y dando resultados cuya carga emocional se hace cuanto menos impagable. Son momentos como aquellos en los que los lamentos de Stainthorpe se envuelven con el violín de Powell en los que uno constata que está siendo testigo de una cosa absolutamente majestuosa. Por cierto, lo que se manda el último nombrado alrededor de los cinco minutos no tiene nombre. Craighan y Robertshaw tampoco se pierden su momento y por ahí en 2:40 nos meten un riffaco para recordar.

La nostálgica “Two Winters Only” (sin palabras Powell) ocupa el puesto de balada en “The Angel and the Dark River”, y junto con su antecesora atestigua aquello de que nos encontramos con el que para aquél entonces se ganaba el título del trabajo más accesible y llevadero de los británicos. Más accesible, pero no por ello exento de clase o de poder. Uno de esos casos en los que pese a que la música indiscutiblemente tome un giro más “suave”, difícilmente podamos tomarlo como un “ablandamiento” puesto a que la esencia sigue allí intacta, solamente es expresada por un medio menos abrasivo que el de antaño. De esta manera “Two Winters Only” se anota entre los momentos más memorables de este plástico de la mano de un desarrollo que va en plan “balada” pero que ni de lejos pierde siquiera un ápice del aura 100% My Dying Bride en el intento. Ni el apartado letrístico se encuentra exento de ese estado de ánimo a veces miserable que Stainthorpe plasma en sus textos (la más de las veces de una manera soberbia). La pérdida, la duda, el miedo, el amor, la muerte… todos aquellos conceptos que nunca nos dejan indiferentes como seres humanos es a lo que acude el front man en letras como las del tema que ahora nos ocupa, jugando con ello como le plazca y de paso dejando el ánimo del oyente por el suelo. Que uno no escucha una banda que se llame My Dying Bride para animar una fiesta, por favor. Ahora mismo suena la carga fúnebre que lideran Craighan y Robertshaw en 6:54 constatando por vigésima vez que esto no puede terminar con otra nota que no sea la máxima disponible. El propio Stainthorpe ha colocado a este tema como su favorito de la banda, y yo digo que por algo será.

Marcando la diferencia en relación a “Turn Loose the Swans” (y su intimista y calma “Black God”), “The Angel and the Dark River” toma como broche el corte más contundente de todo el elepé. “Your Shameful Heaven” pese a dar sus primeros pasos en la forma de una delicada performance de Powell al violín, no tarda demasiado en pisar levemente el acelerador en uno de los tempos más contundentes del álbum. Llega incluso un punto (2:23) en el que inicia una marcha a medio tiempo que cual tanque de guerra arrasa con todo de una manera bastante similar a la que lo hacían sus antaño compañeros de sello Paradise Lost con su abismal “Pity the Sadness”. En alguna edición se ha incluido como tema final una composición de las sesiones de “Turn Loose the Swans” que lleva por nombre “The Sexuality of the Bereavment” pero en lo que esta reseña respecta, pasamos de bonus tracks y apuntamos la mirada a la primera tirada de vinilo de Peaceville que por su parte pone punto final con “Your Shameful Heaven”.

Con esta sorprendente patada en el estómago que ya les contaba, “The Angel and the Dark River” se despide airoso y con el orgullo que conlleva suceder sin caer en la mediocridad a una obra tan definitoria como lo fue “Turn Loose the Swans” y de esta manera, erigiéndose como una de las placas de cabecera de los británicos. Lo que esperaría por el resto de la década sería una seguidilla de discos mucho más discretos (que no malos) entre los que se encontraría el experimental “34.788 Complete...” (1998) y el muy notable "The Light at the End of the World" (1999) pero no sería hasta la llegada de trabajos como “The Dreadful Hours” (2001) o el tremendo "Songs of Darkness, Words of Light" (2004) que My Dying Bride volverían a pegar unos pelotazos considerables. Lo dicho, la obra de 1995, aún a 20 años de su nacimiento, sigue sonando como un trabajo de dimensiones mastodónticas y resulta una escucha obligada para aquél gustoso de la creme de la creme en materia Doom. Ni es “Turn Loose the Swans” ni tampoco le hace falta, hasta le termina pisando los talones. Obra para los restos. Sublime.

Aaron Stainthorpe: Voz
Andrew Craighan: Guitarra
Calvin Robertshaw: Guitarra
Adrian Jackson: Bajo
Rick Miah: Batería
Martin Powell: Violín y teclados

Sello
Peaceville Records