
1. Symptom Of Darkness 3:43
2. Infernal Womb 3:31
3. Sons Of The Lust 3:23
4. Hate Inside The Flesh 2:57
5. Added Possession 4:14
6. Silent Murder 4:30
7. Tears... Blood 3:31
8. Wind Of Death 3:05
9. Vassal Of The Anger 3:51
Acá estamos de nuevo, para traer otro disco proveniente de mi patria, Chile. Puede que esta primera frase provoque la interrupción de tu lectura para ir en busca de otros orígenes más interesantes. Suele pasar que el material creado en Sudamérica, salvo las consabidas excepciones y fuera del relativo interés suscitado en nuestros respectivos países, encuentre la indiferencia del público. Y no lo condeno: me pasa también y en ocasiones, pierdo de adentrarme en trabajos muy interesantes y disfrutables ¿Será este el caso? Veremos.
En la medianía de los años 90 hubo varias bandas metaleras chilenas que publicaron sus primeros trabajos. Pasó con Primate, Undercroft, Dogma, Dracma, Requiem, Criminal, etc., lo que permitía afirmar que la escena gozaba de muy buena salud. Execrator fue una de ellas y Silent Murder fue – luego de los respectivos demos y EPs – su primera larga duración.
Recuerdo que aquel disco (más bien CD y cassette) figuraba en las estanterías de las tiendas del género mostrando al hombre del mostacho con un rictus de ira y con el rostro enmascarado, como un verdugo al acecho o como una especie de Zorro justiciero. Un amigo, más observador y más avezado en el mundo del metal, me aclararía que más bien se trataba de una víctima expuesta a su ejecución. No lo adquirí porque el escaso billete que manejaba por aquellos años estudiantiles, estaba destinado para otras opciones menos arriesgadas. Prefería a los consagrados en desmedro de los debutantes. Aun así y como solía pasar con los discos que uno no compraba pero que, de una u otra forma llamaban la atención, alguien terminó por prestármelo y tan pronto como pude, me encerré a escucharlo en mi habitación.
Pasaron largos años y escuché muchísima música, diferentes estilos y propuestas. Hasta me alejé del metal luego de casarme y tener hijos. Rara vez compraba por aquí y por acá algunos discos de bandas que en su momento, provocaron mi entusiasmo y mi encanto, motivado más por la nostalgia que por el deleite de escucharlos. Así fue que me olvidé del bigotón y su desdicha y de la banda con su música. No fue hasta hace poco que, husmeando entre mis cassettes polvorientos, di con Obituary con sus World Demise y Back From The Dead. Recordé que había una banda chilena que me rememoraba ese sonido que mezclaba el Groove con el Death Metal… y recordé el bigotazo aquel. Pronto apareció en mi memoria el nombre del disco antes que el de la banda y los busqué con añoranza en internet. Quería saber qué había sido de ellos y escucharlos otra vez, como quien ubica a un antiguo amigo a través de las redes sociales e inicia con él, luego de tanto tiempo, una conversación basada en los recuerdos.
Pero nada era igual: Si en aquellos lejanos 90 llegué a disfrutar con algunos temas, ahora no me decían lo mismo y me costaba llegar al final de su reproducción. Sentí que perdió potencia y que el paso de los años afectó su envejecimiento.
Mi repaso, al escucharlos después de dos décadas, me empujó a tomar algunos apuntes:
La primera idea que aparece en la sesera al oír el comienzo de Symptom of Darkness, es que vamos a escuchar una especie de sucedáneo de Sepultura durante la época de Max, porque la voz de Álvaro Lillo tiende a acercársele (aunque me queda más cerca de Anton Reisenegger, quien también llevaba un pequeño Max adentro). Los 90 fueron años en que el legado de aquel Sepultura dejó vestigios, asidos por varias bandas del cono sur para acometer sus propias descargas.
Tenemos buenos momentos en canciones como Sons of the Lust, que parte arrolladora y rompe-cráneos o Tears… Blood, por lejos una de las más oscuras del conjunto. Pero ocurre que la gran mayoría sigue derroteros muy similares, haciendo del total un trabajo demasiado uniforme.
Lo anterior redunda en que hay melodías y hasta canciones que se parecen mucho a otras. Prueba de ellos es el tema título Silent Murder que considero la continuación de Symptom of Darkness (riffs, tempo, estribillo, etc.).
Hay cambios de ritmo, ciertas aceleraciones, giros repentinos. Aunque nunca irrumpen con la furia del death metal que a mí me seduce, cuando de vértigo y brutalidad se trata. En Vassal of the Anger se encuentran pasajes que uno sí quisiera haber visto replicados en otras canciones del álbum, con esa virulencia mortífera.
Buena distorsión en las guitarras de Torres y Espinoza y buen hacer también de Clares en los parches. Del mismo modo, cuando es audible, el bajo funciona correcto. En mi caso, es la voz de Álvaro Lillo la que no me convence. Se trata – como ya insinué – de un epígono del brasileño, lo que nunca me logró conectar del todo. Me pasa igual con Criminal, de Anton. Incluso pareciera que las frases son expulsadas con esfuerzo, terminándolas todas del mismo modo, como un alarido de rabia que ofrece escasos matices. A riesgo de parecer antipatriota, no ocurría lo mismo con Max. Aluciné con Sepultura hasta el Arise y su voz nunca me agotó. Incluso en su etapa más siniestra con Morbid Visions disfruté como un hereje y, siendo todavía imberbe, conseguía asustarme aquel funesto Crucifixion.
En fin, los años pasan y junto con sumar algunas canas y experiencias, nuestra forma de ver y – en este caso – oír las cosas, va cambiando. Quizá quien envejeció con menos fortuna fui yo. Tal vez el disco aún atruena en los oídos de algunos melómanos, quienes no sólo lo consideren un clásico, sino también una obra cumbre dentro del catálogo chileno. Puede que toda música tenga su momento y no haya sido éste en el que tenía que volver a escucharlos. Doy 3 cuernos justos a Silent Murder, porque en mi memoria todavía resuena su buena música, mejor apreciada en aquellos años de juventud y expectativas.
Alvaro Lillo: Voz y Bajo
Julio Espinoza: Guitarra
Francisco Torres: Guitarra
Pablo Clares: Batería