
1. Get Up and Dance
2. 4 Billion Souls
3. Verdilac
4. Harwood Floor
5. Good Rockin'
6. The Mosquito
7. The Piano Bird
8. It Slipped My Mind
9. The Peking King and the New York Queen
Todos los seres humanos tendemos a identificarnos con algo en esta vida. En mi caso, siempre he sentido intensa admiración por la pintura, la literatura y la música. En la temprana infancia, ya contemplaba con arrebato los cuadros de Doré, Cole, el Bosco y Dalí, entre las pausas que les daba al Quijote, a las novelas de Verne y a ciertas enciclopedias de desmedido grosor. De fondo se escuchaba la radio, a veces con Coltrane y Ella Fitzgerald, y otras con LED ZEPPELIN y los BEACH BOYS. Sin embargo, en algún lugar de aquella casa colonial, había un espacio dedicado a cuatro sublimes arquitectos que aunaban todos esos elementos –música envolvente, un penetrante contenido lírico y presentaciones que podía mirar por horas enteras–: THE DOORS.
No fantaseaban con ser uno de los superhéroes de las historietas –prefería el humor crítico de Mafalda y las aventuras de Charly Brown, que venían en los periódicos dominicales–, ni pertenecer a una de esas bandas adolescentes que tanto estaban de moda, sino ser Orson Welles en Ciudadano Kane, o vestir esos finos trajes que lucieren algunos en las películas de Coppola y Scorsese. También quería ser Jim Morrison: ese semblante suyo en la cubierta del “Morrison Hotel” –1970–, tan firme y recio, con una voz que emergía desde las grutas más recónditas del alma, me conquistó fuertemente. Sus actuaciones en directo me estimularon a elogiar su porte davidiano y al mismo tiempo la magnitud inmensamente metafórica y expresiva de su odas. “El Rey Lagarto”: le llamaban. Ácido, polémico, impetuoso… pero también místico, fascinante y provocador. Más de cincuenta años después de su fallecimiento, sigue influyéndonos y embelesándonos. Un ídolo personal para este servidor.
Cuesta admitirlo, tal como sucede con infinidad de agrupaciones, pero es cierto: Morrison no era el único eje central de THE DOORS. Hay ocasiones que la pérdida –o marcha– del frontman es equivalente a la muerte irrevocable del conjunto, y el proseguir es resucitar solamente para cometer un suicidio, cuando éste es la mente maestra tras la agrupación. En otras, como sucede con estos emblemáticos músicos, por más que existió un ineludible protagonismo en todo sentido de su cara más perceptible, el peso compositivo no recaía exclusivamente en ésta, sino que era compartida muy balanceadamente entre los miembros de la banda. Morrison nos aportaba sus expectaciones musicales, sus líricas poéticas que representaban las odiseas de nómadas filósofos al borde del abismo y las vivencias de almas perdidas de la modernidad, sobreviviendo en un mundo contrapuesto, hedonista y confuso, pero tanto Manzarek –sobre todo éste– como Krieger y Densmore contribuían cuantiosamente, tanto en letras como en música, al conjunto. En recapitulación: THE DOORS no era, exclusivamente, Jim Morrison.
Que no inhiba esta certeza, sin embargo, del hecho que el trío sin el Rey Lagarto no era desemejante a un hombre sin un pulmón, sin un riñón y sin, alegóricamente, una gran parte de su cerebro. Quedaron, eso sí, muy buenos músicos, cada uno maestro en lo suyo. Ya no podíamos referirnos a Las Puertas como un profundo lago cuya superficie redobla al caer sobre ésta la más fina hoja. Por el contrario, hay que distinguirlos como una tríada inquieta. El mayor desacierto fue presentarnos su continuación inmediata en el mundo de la música como “THE DOORS” –con todo lo que representa este nombre–, si bien estaba claro que ellos también, en gran medida, habían apoyado a esa imagen mítica que teníamos de ellos. Pero… sin Morrison, cuesta entenderles su pretensión. ¿Motivos comerciales? ¿Señal de identidad? Un poco de ambas.
“Other Voices” –1971– fue un eco fantasmal que repta como el espíritu lánguido de Morrison todavía presente en el aforo, su fervor se siente en la atmósfera que envuelve a este álbum “póstumo”, con material extraído de sus últimas sesiones. Por el contrario, “Full Circle” –1972– ya es una muestra más propia y característica de estos intérpretes. A estas alturas, desde el comienzo, no existe nada que pueda ser propiamente una invención suya. Morrison era un poeta, evidentemente. Manzarek, Krieger y Densmore, asimismo, eran discípulos de las artes surrealistas, dadaístas y, por supuesto, del Rock que es espontáneo y a la vez íntimo. Por ende, escondido tras esa portada de ensueño, se halla un trabajo para nada despreciable. Eso sí: bastante lejos de lo que ofrecieren cuando el Rey Lagarto estaba en este mundo.
Y es que esta gente de tontos no tiene un pelo. Manzarek y Krieger, ambos con voces que no transmiten una décima de lo que el anterior vocalista brindaba, se reparten las cantatas sin caer en la barbarie, mientras que la habilidad para el teclado y la guitarra, respectivamente, no ha caído en lo absoluto desde “L.A. Woman” –1971–. Ciertamente: sólo había pasado un año. Pero, en menos tiempo, los hemos visto arrastrarse u ofrecer sandeces. Aquí, por el contrario, la tripleta compone nueve canciones que un principio pueden repeler a quienes tenemos a Morrison en un altar, pero que tras ahondar en ellos no nos desentendemos exactamente de todo lo que DOORS significó. Se sigue echando de menos al vocalista, pero aquí en “Full Circle”, más allá del innegable hecho comercial –ambos álbumes sin el Rey Lagarto tuvieron buenas ventas–, vemos músicos en plena capacidad. No son Paquito, Luciano y Manolo matando piojos con raquetas en un garaje, como lo pueden hacer ver algunos quienes desprecian esta continuación –para éste también errónea de concepto– de Las Puertas.
“Full Circle” es mucho Manzarek: las tendencias Jazz recurrentes ahora son mucho más patentes. Mucha de la música está influida por estos sonidos, lo que le concede un aire más movido que otrora. También, con intervención de un buen número de colaboradores, la tripleta se atreve a experimentar con sensaciones más dinámicas, con secciones de viento y algunos coros femeninos. Por ende, los tres demuestran que creativamente no están muertos, ni mucho menos. No abandonan el Blues, lo transmutan en algo más insaciable y humorístico. No hay largas y oscuras epopeyas, el ambiente es activo y los cortes amenos de escuchar. Krieger ejecuta la guitarra con destreza y soltura. Hay consonancia con el pasado, recordando que no todo el catálogo con Morrison era precisamente “The End” o “When the Music’s Over”. Densmore, como siempre, discreto y concentrado en lo suyo, mas no falto de vigor y fuerza en la sección rítmica. En todo momento el espectro acústico es ocupado por melodías muy apreciables y ciertos aires curiosos que le dan diligencia al álbum.
Seguramente la urticaria brillará cuando se esté frente a temas como “Get Up and Dance” –ganchera, pero sin perder de todo el norte–, “The Mosquito” –la canción más conocida del álbum, entre las más incididas del mismo– o “It Slipped My Mind”, aunque todas le dan savia al compromiso. Se corren riesgos en ellas, y, para este servidor, no caen en el ridículo absoluto como podría pensarse. Nuevamente: no estamos hablando de tres novatos debutando. Podrá no ser éste un disco enfatizado o grandioso, pero está lejísimos de ser un disparate –quitando el hecho del nombre de la banda–.No está Morrison, no hay tanto introspección como antaño, pero “Verdilac”, la versión de Roy Brown “Good Rockin’” –normalmente con Morrison también había canciones de autoría ajena en casi todos los discos, así que no valdría hablar aquí de relleno– y el cierre con “The Peking King and the New York Queen” son temas relevantes, donde más les notamos que no pierden el tiempo, que aún son capaces de entregar elementos disfrutables.
Si me dijesen que “The Piano Bird” o “4 Billon Souls” son temas simplemente correctos, no haría más que darles la razón. Nunca he podido conectar con ellas, se me han quedado a medio camino. Pero, ¿sería válido hablar así de “Harwood Floor”? Para nada. Si me preguntasen, la colocaría entre las tres ineludibles de “Full Circle”, una oveja negra en su discografía que, con el pasar de los años, una acaba apreciando.
He aquí, pues, un trabajo considerado maldito, pero del que se puede sacar jugo. Afortunadamente, obviando al “An American Prayer” –1978, y no sería propiamente un álbum de música–, su cierre a THE DOORS. Después les veríamos a cada uno en infinidad de proyectos y discos solistas, reencarnando cada cierto tiempo como RIDERS ON THE STORM, MANZAREK-KRIEGER o THE DOORS OF THE 21ST CENTURY –con Ian Astbury al micro–. Morrison fue Morrison: un ícono de su generación y para toda la vida del Rock. Con todo lo que le admiro, también debo confesar que hubo vida después de él con ambos álbumes. Eso sí, vuelvo a repetir: considerablemente lejos de lo que alguna vez llegaron a presentar.
Portada: punto y aparte. Por alguna razón, siempre he pensado que le quedaría mejor a su disco debut, pues siempre que la veo pienso en aquella joya de 1967.
Qué grande fue Jim Morrison, pero qué buenos músicos también fueron Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore. Este último, sobre todo. Un absoluto defensor de lo que alguna vez significaron.
–67%–
Ray Manzarek - Voz y Teclados.
Robby Krieger - Voz, Guitarra y Armónica.
John Densmore - Batería.
*Colaboración*
Chico Batera - Percusiones Adicionales.
Bobby Hall - Percusiones Adicionales.
Charles Lloyd - Saxofón y Flauta.
Jack Conrad - Bajo y Guitarra.
Chris Ethridge - Bajo.
Charles Larkey - Bajo.
Leland Sklar - Bajo.
Clydie King - Voz Adicional.
Melissa MacKay - Voz Adicional.
Venetta Fields - Voz Adicional.
Eres un valiente Heartbolt
Reivindicando con todo el aplomo y el corazón las cenizas que quedaron tras la hecatombe. Eran músicos buenos, aportaban y sin ellos no hubiera habido los Doors que amamos. Pero el error primero fue seguir con el mismo nombre sin el Rey Lagarto. ¿A quién se le ocurre? Podrían haber seguido con un nombre afin. Raiders on the Storm, Light the Fire, etc. Haber buscado un cantante con talento y haber llenado un hueco imposible de llenar. En fin, dificil de todas formas.
Morrison era una artista con un carisma brutal, arrollador. Hicieran lo que hicieran nada podía ser lo mismo. Full Circle es un disco huérfano. Vocalmente un páramo. Por ahí vamos mal. Hay canciones salvables si piensas que no son The Doors, otras como la famosa del Mosquito esperpéntica. En verdad el trío fueron unos valientes, casi temerarios. El disco tiene un tono alegre, desenfadado y también experimental que se aleja del lado más poético y mesiánico en la presencia de Morrison, a mi ese lado es el que más me atraía.
Me encanta Dalí. De pequeño recortaba cosas que me gustaban de las revistas y luego lo pegaba todo en una hoja, era un collage horrendo que me divertía. Esta portada me lo ha recordado. Dalí era otro genio inmortal.
Gran reseña amigo Heartbolt, falta un poco para que coincidamos.
Jim Morrison
Fue, y siempre será, un ídolo para muchos. Yo, normalmente, debería ser de los primeros detractores.
Pero no es así, mi estimado Burn. Le tenía recelo a estos discos antes de escucharlos, pensaba que me ofrecerían un absoluto desastre. Fue ponerme con ellos y, lejos de horrorizarme, aún echando de menos a Morrison, acabar apreciando muchos detalles. El error es que esto diga THE DOORS, y para mí tiene intenciones comerciales, pero ve que el nombre no les duró más de dos discos. Independientemente de todo, aquí hay grandes músicos y me sorprenden lo que nos brindan. Con todo, lejos de sus mejores días.
Saludos, Burn. Gracias por pasarte.