
1. The man who would not die – 4:35
2. Blackmailer – 4:43
3. Smile Back at Death – 7:38
4. While You Were Gone – 5:27
5. Samurai – 5:39
6. Crack in the system – 5:53
7. Robot – 3:10
8. At the End of the Day – 3:39
9. Waiting for My Life to Begin – 5:10
10. Voices from the past – 5:55
11. The Truth Is One – 4:22
12. Serpent Hearted Man – 6:15
Disponer de la fortaleza de carácter y de un talante imperturbable como para enfrentar los duros desafíos que la vida antepone – cuando son duros de verdad, lo que no a todos toca –, otorga un especial sentido a las victorias conseguidas, por pequeñas y efímeras que puedan estas ser. La vida está compuesta por cosas buenas, cosas malas; en fin, situaciones que todos enfrentamos y que responden a las vicisitudes que hacen de la existencia, un trayecto o recorrido cuyo aditamento debería ser invariablemente el aprendizaje, la experiencia, el curtido de la piel a fuerza de dolor o castigos hasta transformarla en un cuero cuya dureza sea tan resistente, que tolere hasta las llamas.
Lo anterior sea dicho a modo descriptivo, como una fotografía o un retrato hablado de la figura de Blaze Bayley, quien se convirtió en figura pública de talla mundial cuando asumió con orgullo y personalidad el puesto vacante que dejó Bruce Dickinson al inclinarse por su carrera solista.
Como decía, la vida y sus cosas buenas y malas. Una buena para Blaze: su elección como nuevo frontman para Maiden; una mala para Blaze: la resistencia de un importante porcentaje de seguidores de la banda, quienes fustigaban con verdadero encono su cometido, como si fuera tan fácil pararse en un escenario para acometer tal desafío. Una mala para Blaze: su salida de la banda luego de dos discos y desaforadas críticas que con el tiempo irían en descenso hasta lo increíble (la valoración de su primer álbum con Maiden como una gran obra); una buena para Blaze: el comienzo de una carrera solista con la humildad de un aprendiz que lo absorbió todo, como una insaciable esponja que luego, al ser comprimida, libera su contenido a raudales refrescando al sediento y caluroso panorama metalero del nuevo siglo.
Y ni hablar de su vida privada, de su salud, de lo que como persona natural ha tenido que sortear. Da para la extensión de esta reseña, con el riesgo de convertirla en un amplio relato dramático. Pero no es ese el caso ni la intención. Acá nos centraremos en un disco cuyo título no es otra cosa que una declaración de principios basada en el admirable tesón de Blaze, en su pasión incuestionable por la música, en el amor que profesa sin condiciones por un género que le permite expresarse a sus anchas, llevándolo hasta la catarsis.
Tenemos ante nosotros un álbum para cuya grabación contó con los músicos precisos, capaces de propiciar el equilibrio entre potencia y melodía, haciendo de The Man Who Would Not Die una bomba de racimo que estalla sin tregua al iniciar su reproducción. Los hermanos Bermúdez, provenientes de Under Threat (sorprendente banda colombiana de Death Metal Melódico) supieron encajar muy bien en el proyecto. El guitarrista Jay Walsh aporta lo suyo, estableciendo una gran sociedad con Nico Bermúdez. Paterson, por su parte, muestra un muy buen nivel en la batería.
Ya la portada impresiona con aquel individuo encadenado y sujeto a las maquinaciones de quienes lo rodean, que como podrás ver, no son torturadores de poca monta; se trata de personajes, entidades o seres que de alguna manera guardan relación con el contenido del disco y que se hacen bastante familiares para el espectador.
Es un disco extenso, aunque diverso. Pero que esto último no invite a la confusión: todo está orquestado de manera que la médula central no sea otra cosa que el heavy metal. Sin embargo, es posible notar las influencias que traen consigo los músicos, con pasajes acelerados de thrash metal (Robot), invitaciones para agitar la cerviz al ritmo del groove (Blackmailer), melodías maidenianas (While your were gone). Comienzos Harrisinos, si es que me permiten el concepto, que luego establece cercanías palpables con The X Factor (me refiero a Samurai). Todo el trabajo denota una cuidadosa manufactura que permite encontrar altísimas cotas como en el caso de “A crack in the System” que es una delicia digna de doble degustación. La pausa correspondiente a todo buen alumno del viejo Steve nos está reservada en “At the end of the day”, que nos deja escuchar a un Blaze que se lamenta con su peculiar tonalidad de barítono. Para que suene como alarma despertadora en tu móvil tienes “Waiting for my life to begin”, donde luego de ese sobresalto inicial, se puede oír la bocanada de aire que toma Blaze para entonar la primera frase: I wake up (y quién no, querido amigo). Lindo inicio melódico hallarás en “Voices from the past”, con esas guitarras algo vinculadas con los pasajes más benévolos del Death melódico, pero el tema decanta en etapas más potentes (como el estribillo). La verdad es una sola, que no te engañen, es el mensaje de “The truth is one”, cuyos riffs parecen un batallón de olas consecutivas que cercenan la moral de cualquier navegante. El comienzo algo oriental de “Serpent hearted man” es alterado por un brusco cambio de ritmo. Luego Blaze canta al compás del muro sónico y posteriormente, viene la melodía que parece aquietar las aguas, pero no… gran tema para el cierre del disco.
Un párrafo aparte es necesario para la canción que titula al disco y con la cual comienza el mismo: “The man who would not die” no sólo es el puntapié inicial. El hombre que no muere, el porfiado que se levanta nuevamente, el terco hijo de puta que opone férrea resistencia a las bofetadas que lo estremecen, el ser humano que puede ser lo que quieras, pero en ningún caso un pusilánime. Porque no hay espacios para que el miedo lo frene ni posibilidad de ceder ante la adversidad. Un reto a aquello que lo ha intentado derribar, para enfrentarlo nuevamente porque hay sed de revancha, de otro round, de un nuevo asalto sin dilaciones ni respiro. Me impresiona la fuerza con la que Blaze entona desde el comienzo este enorme tema, la rabia que lo hace morder algunas de las frases. Lo imagino ante el micrófono, con el ceño fruncido abultando su entrecejo y un rictus de ira que encoge la piel de su nariz, recogiendo su labio superior y exponiendo una hilera de dientes que gotean ira y arrojo. Para este reseñista es el tema del disco, sin el cual no habría sido lo mismo. No dejaré de lamentar que cuando estuvo en mi Rancagua natal, omitiera este tema de su setlist. Como al comienzo de este artículo: una buena y una mala. La buena: pude sentarme a su lado y sacarme una foto con este coloso subvalorado y ser testigo directo de su sencillez; la mala: esperar durante todo el concierto mi tema favorito y… no escucharlo en vivo a unos 5 metros de distancia de su creador.
Un trabajo de cuatro cuernos altos al que sólo le jugaría en contra su extensión. Admiro a Blaze Bayley, considero que su tono de voz se distancia de lo que comúnmente escuchamos en este género, plagado de voces agudas (en algunos casos, chillonas hasta la parodia). Escucharlo en vivo me otorga la autoridad como para afirmar que es un gran cantante, que no desafina ni en broma, que su potencia es superior a la que se cree y que su carisma te mantiene expectante durante todo el show. Y eso no ocurre siempre. Comencé esta review refiriéndome a las pequeñas y efímeras victorias. Creo que para Blaze, un triunfo efímero fue su paso por Iron Maiden, de quienes aprendió muchísimo. Y este disco sin duda corresponde a un pequeño triunfo (en comparación con la resonancia del logro anterior), con el cual demuestra que tenía mucho que aportar a la escena, mucho más de lo que algunos creyeron.
Blaze Bayley: Voz
David Bermúdez: Bajo
Lawrence Paterson: Batería
Nico Bermúdez: Guitarra
Jay Walsh: Guitarra