
1. Under my Wheels
2. Be my Lover
3. Halo of Flies
4. Desperado
5. You Drive me Nervous
6. Yeah Yeah Yeah
7. Dead Babies
8. Killer
Hace unos días estuvimos hablando de “Love it to Death”, el tercer disco de la Alice Cooper Band, primer eslabón en una tetralogía bestial que se desarrolló entre 1971 y 1973, alrededor de treinta meses necesitaron The Coop y sus colegas Smith, Dunaway, Buxton y Bruce para firmar una colección de temas memorables cuya vigencia no desaparecerá jamás.
Como comenté en esa reseña, con “Love it to Death” este grupo asentó los cimientos del Shock Rock, y obtuvo un primer éxito con el single “I´m Eighteen”, que posicionó a la banda en una posición envidiable. Solo era cuestión de tiempo que pegaran el pelotazo para alcanzar la cima. El ritmo de trabajo, el nivel en el estudio y sobre las tablas estaba siendo descomunal, y todos los ingredientes estaban preparados, y en su punto, para dar con el resultado perfecto: Hablamos de cinco tipos que amaban la música y entendían la creatividad como algo sagrado, un organigrama empresarial a su alrededor que había terminado por confiar en ellos y en ese punto de su carrera les apoyaba ciegamente, y por segunda vez iban a contar con el respaldo de Bob Ezrin, el productor que supo ver en sus canciones ese algo más, necesario para convertirlas en clásicos.
Los shows de Alice Cooper eran ya un referente en la escena rockera americana, de boca en boca habían corrido ya todas esas leyendas sobre ese grupo que tocaba una música salvaje y tremendamente imaginativa a su vez, y que contaba con un frontman que llevaba el concepto de “chico malo del Rock and Roll” a un extremo superior y mucho más oscuro que otros enfant terribles de la escena tipo Mick Jagger, pero que sabía, asimismo, entretener a las audiencias aportando un concepto teatral del espectáculo, que le hacía más accesible, dentro del peligro, a la propuesta demente de un Iggy que terminaba desquiciando al respetable con su agresividad y su salvajismo absolutamente reales.
Alice Cooper, el cantante, era la figura visible, pero sus cuatro compañeros eran tan importantes como él en el aspecto musical, y fueron ellos quienes, para la grabación del nuevo álbum, decidieron llegar más lejos aún, ofrecer la propuesta más tenebrosa que el público hubiera presenciado, y así nació el concepto de “Killer”, el asesino que encarnaría Cooper, cuyo centro de existencia sería causar dolor a los demás, por lo cual sería ajusticiado al final de su vida, ya fuese en la horca, la silla eléctrica o la guillotina, permitiendo a la banda la posibilidad de dar con el sketch que desde entonces, y hasta nuestros días, constituye el punto álgido en los conciertos de Vincent Furnier: la ejecución sobre las tablas ante la audiencia.
Neal Smith, el batería, era un gran aficionado a las serpientes, suya era la boa, llamada Kachina, que apareció sobre ese fondo rojo sangre en la portada del álbum, una de las mejores, por lo significativa, cubiertas de los 70, y que se convertiría con los años en otra de las estampas emblemáticas del quinteto. De hecho, Elvis siempre se refería a Alice como “el chico de la boa”, y cuando Salvador Dalí pidió conocer al artista, se sintió decepcionado al ver que Alice se presentó, en un hotel en Manhattan, sin su célebre mascota.
También el otro día os hablé de la biografía “Por un Billón de Dólares” recientemente publicada por aquí, sobre la historia de la Alice Cooper Band original. En ella, su autor Sergio Martos recoge el que constituye mi momento favorito del libro, precisamente sobre el origen del interés de Alice por las serpientes, y su idea de hacer de ellas el sexto integrante del grupo. El vocalista cuenta como, al finalizar un show en sus primeros tiempos, una fan se le acercó a pedirle un autógrafo con una pequeña boa enrollada en un brazo. Alice se asustó, y pensó: “Si a mí me ha causado tal impacto, qué no hará si saco una mucho más grande ante la audiencia?”.
La anécdota es fabulosa, pero en el siguiente párrafo, su ex bajista Dennis Dunaway la tira por tierra al declarar con rotundidad que Alice Cooper debería hacer las entrevistas con un detector de mentiras junto a él. La realidad era más simple y menos cinematográfica: la boa, como he dicho, era del batería Neal Smith, y fue a él a quien se le ocurrió que formara parte del atrezzo escénico.
En esta imagen podemos ver a Smith, así, todo rapado él, y rodeado de sus cuatro compañeros, muy pelados todos ellos como si fueran skinheads, portando con orgullo su fetiche:
http://i571.photobucket.com/albums/ss159/Punkglobe/june12/BeFunky_alice…
Pero incluyo el detalle sobre esa contradicción entre Alice y Dunaway porque demuestra dos cosas, una buena y otra no tanto: Que Alice Cooper siempre ha sido un excepcional narrador de historias, capaz de embellecer y convertir en un relato memorable cualquier anécdota, y que, de la mayoría de libros que hayamos leído sobre nuestros grupos favoritos, probablemente nos tendríamos que creer la mitad de las cosas.
Pero pasemos a la música. Luego del éxito de “I´m Eighteen”, el hit single por excelencia de la AC Band aún estaba por llegar, y no lo haría hasta el quinto álbum, “School´s Out”, pero “Killer” se abre con una canción hermana de ambas, la irresistible y arrolladora “Under my Wheels”, un rocanrol potente con una vibración insuperable, que te mete de lleno en el disco a trompicones, desde el inicio con la llamada telefónica, hasta los frenéticos dibujos de la guitarra de Glen Buxton, los redobles únicos de Smith, y ese riff para enmarcar de Michael Bruce, pura esencia 70´s que funde el sentimiento del rock de garaje con la grandilocuencia del rock de estadios. El tema, conocidísimo incluso por aquellos que no hayan escuchado más de 20 discos en su vida, cuenta además con una sección de vientos que le dan ese toque festivo, y que añadió Bob Ezrin, con ese olfato especial para dar el toque maestro con sus adornos en el estudio a las composiciones de la banda. Ellos no lo veían del todo claro, preferían preservar el componente sucio y directo de la canción y no entendían esa necesidad de añadir trompetas, pero el productor les convenció al asegurarles que “ni os enteraréis de que están ahí”.
El resultado es magistral, y grupos que estaban a punto de aparecer como KISS tomaron nota de lo bien que quedarían dentro de los esquemas del Arena Rock esos envoltorios tan grandilocuentes.
La segunda, “Be my Lover”, es otro clásico que no suele faltar, aún hoy, en las giras de Alice, otra irresistible pieza de rocanrol que se abre con un riff similar al de “Sweet Jane”, de la Velvet Underground, y que Alice le dedicaba en directo a la serpiente, colocada sobre sus hombros (Baby/If you want to/Be my lover…). Tres minutos mágicos, teñidos por la influencia del Rock and Roll clásico, sugerente, arrebatador, de los pioneros de los años cincuenta que enseñaron a los miembros de la Alice Cooper Band a amar la música.
“Halo of Flies” es todo lo contrario. Ocho minutos y veinte segundos de locura, una suite rockera impresionante, nacida de la unión de diversos retazos, esbozos de canciones a los que la banda no sabía dar el toque final adecuado, y que, ensamblados, dieron lugar a la que en general se considera la composición más lograda del grupo en toda su carrera. Pese a estar construida a base de segmentos de distintos temas, la sensación de cohesión es asombrosa, básicamente una melodía vocal de Cooper llena de actitud y de fuerza, y un montón de secciones instrumentales potentísimas, con espacio para numerosos estilos alejados del Rock estándar, como son esos ecos a las bandas sonoras del Spaguetti Western, un cierto parecido al Bolero de Ravel, y ¿por qué no decirlo? un leve atisbo a los pasodobles taurinos, todo ello con gran espacio para el lucimiento instrumental. Smith, el batería, está asombroso.
Os recomiendo que echéis un vistazo al reciente Dvd de Alice, “Live 2012: Bite your Face Off”. El mago del terror se acompaña de tres guitarristas, el batería y el bajista, y cuando presenta el tema que nos ocupa, “Halo of Flies”, es curiosísimo ver cómo se posiciona de espaldas al público, como un director de orquesta frente a sus músicos, que se alinean al pie de la tarima para dar comienzo a la representación de esa pieza, que requiere concentración, no se puede tocar de cualquier manera dando saltos con las melenas al viento. Vaya, que Janick Gers lo tendría difícil.
“Desperado” es un tema fronterizo, de guitarras acústicas y atmósferas orquestales que recuerdan de nuevo a los westerns de Sergio Leone, y que durante mucho tiempo se ha dicho que estaba dedicada a Jim Morrison, ídolo y compañero de juergas etílicas de Alice en Los Angeles a finales de los 60. Lo cierto es que en las estrofas, su voz si recuerda a la del frontman de The Doors, y al parecer, cuando alguien desde la prensa le acusó de plagiar al Rey Lagarto, nuestro hombre, astuto y manipulador como de costumbre, supo salirse por la tangente diciendo que era un homenaje a su viejo amigo. Dejo otra curiosidad, en la célebre “Roadhouse Blues” de The Doors, la frase “Well, I woke up this morning, I got myself a beer” está inspirada en Alice Cooper, quien dedicó parte de su tiempo mientras compartió apartamento con Morrison a hacer eso, levantarse por la mañana e ir a por un six pack de Budweisser para desayunar. Debía ser la leche haber vivido por allí, bajar a la licorería del barrio y cruzarte con estos dos tipos.
Las dos siguientes, “You Drive me Nervous” y “Yeah Yeah Yeah”, ocupan ese lugar ingrato que a veces corresponde a canciones menos espectaculares en un conjunto apoteósico en muchos discos en la historia del Rock. Pensemos en “Invaders” y “Gangland” en “The Number of the Beast”, en “Sweet Pain” y “Flamin´Youth” en el “Destroyer” de KISS, “Get it Hot” en “Highway to Hell”, qué se yo, ejemplos hay miles.
Son dos buenos temas de rock directo y guitarrero, sencillos en comparación con los anteriores, y el segundo de ellos, además de inspirar a una banda de Nueva York a tomar ese nombre ya a finales de los 90, contiene un espectacular solo de armónica de Alice.
Es igual, cual el mago diabólico y genial que siempre ha sido, Alice comanda al grupo a un final de locura, con las dos últimas canciones. Si en “Love it to Death”, el Shock Rock en estado puro aparecía en la inmortal “Ballad of Dwight Fry”, “Killer” se cierra con dos de las piezas más impactantes del cancionero de estos astros: “Dead Babies” y “Killer”, dos angustiosas y macabras creaciones diseñadas para su escenificación en ese teatro de los horrores que eran los shows del grupo, y que, como hemos comentado en los primeros párrafos de la reseña, les permitieron introducir nuevos gags que hicieron de su puesta en escena lo más impactante que se había contemplado sobre un escenario. Pensad que estamos hablando de 1971.
“Dead Babies” es un tema tremendamente depresivo, cuya letra trata el abandono a que son sometidos en ocasiones los niños por negligencia de sus mayores. Alice leyó en la prensa algo sobre un bebe que falleció por ingerir un producto tóxico de limpieza en un hogar americano, y utilizó la letra para denunciar tal situación. Paradójicamente, ese tema que parecía defender a los infantes dio lugar al contradictorio showman a llenar de muñecos de bebés las tablas, que eran degollados o atravesados por el sable, naciendo esa idea entre los sectores de la sociedad bien pensante de que Alice Cooper era, realmente, el Príncipe de las Tinieblas, un emisario del Maligno.
No tardaron en aparecer voces que clamaban por la anulación de sus conciertos, una activista llamada Mary Ann Whitehouse, a la que dedicarían un tema en “Billion Dollar Babies” dos años después, se erigió en portavoz de la defensa de las buenas costumbres y arremetió contra el grupo, abriendo la senda que en los 80 retomaría Tipper Gore con su PMRC, y la banda comenzó a atraer a los tipos más colgados en cada ciudad, que veían en Alice a un maestro de ceremonias satánicas, un Herodes moderno llegado para seccionar con sus dientes los cuellos de inocentes criaturas. Impagable la anécdota que contaba Michael Bruce, durante la grabación de un trabajo posterior, cuando escucharon un golpazo en la puerta del estudio. Salieron al exterior, y se encontraron una lápida de piedra con los nombres de dos niños muertos que algún sonado había llevado hasta allí.
Añadir, volviendo a lo musical, que Bob Ezrin introdujo en el tema el llanto de bebés, inquietante y cruel efecto que repetiría en 1973 al trabajar con Lou Reed en el tema “The Kids”, del álbum “Berlin”, otra de las obras maestras de la negatividad, el pesimismo y la desolación en el Rock, y que el tema se cierra con una algarabía de las masas vociferando enfurecidas, en una atmósfera perturbadora que trabajará a fondo junto a Roger Waters en “The Wall”.
Y “Killer”, la canción, es otra oda de siete minutos con multitud de ambientaciones y pasajes instrumentales, desde el rock impulsado por el bajo de ese soberbio y semidesconocido monstruo de las cuatro cuerdas que es Dennis Dunaway, hasta el intervalo central donde las guitarras se doblan en un ejercicio que recuerda los interminables instrumentales de los Allman Brothers, a la última parte, con pasajes de música sinfónica a un nivel extraterrestre, en que se recrean los últimos momentos en la vida de Alice, el asesino condenado a muerte por sus crímenes. Cierras los ojos y casi puedes sentir su delgada, casi esquelética y fantasmal presencia, caminando con los grilletes y el mono naranja hacia el cadalso. Atención al estridente final, como si fuera el chasquido de la descarga de la silla eléctrica, o el ruido de la cadena de un retrete, que se lleva la vida del reo por el sumidero. Y al detalle inmediatamente anterior, hacia el minuto 6´30, que Ozzy le copiará diez años después para cerrar abruptamente la gran “Diary of a Madman”.
Escribe uno sobre esta banda, y se da cuenta de que, al final, los treinta y tantos minutos que dura el disco, con ser soberbios, no son lo fundamental. Como quien no quiere la cosa, redescubres la cantidad de materia que la Alice Cooper Band aportó al concepto del Rock tal y como se ha percibido desde entonces.
Y lo mejor de todo es que se trata de una institución que en cualquier momento se puede reactivar, tal como demostró Mr Cooper en su último disco en estudio hace un par de años, al trabajar de nuevo en tres canciones con Smith, Dunaway y Bruce, los tres integrantes de la formación original que siguen vivos.
Alice Cooper: Voz, Armónica
Glen Buxton: Guitarra
Michael Bruce: Guitarra
Denis Dunaway: Bajo
Neal Smith: Batería