
La pretenciosidad. El querer establecer un concepto artístico que vaya más allá de la inmediatez musical, trascender el sonido de tu banda y establecer, con más o menos medios, un "algo" que dote a lo que sería un grupo de desarrapados con instrumentos de un aura identificativa, artística, casi snob.
Una zona desmilitarizada tanto para hacer el ridículo como para crearte una base de fans que sean ridículos por sí mismos. Es vox populi que el Metal en general, y el Black en particular, ha sido terreno abonado para la aparición de un ejército de fantoches con mayores o menores ínfulas que han ensayado conceptos, propuestas, escenografías y otras pajas mentales con mejores o peores resultados. Sólo unos pocos, poquísimos, elegidos han dado con la tecla y han creado arte, con mayúsculas. Sólo ese puñado ha conseguido inyectar en su música esa pretenciosidad y han salido no ya indemnes, sino reforzados, aupados a un pedestal normalmente incomprendido por el gran público.
Los muy británicos A Forest of Stars se articulan en una suerte de club Diógenes, uno de esos espacios privados que poblaban como setas el Londres del sigo XIX donde el humo de pipa se cortaba con tijeras y bigotudos prohombres se revestían de solemnidad social mientras en la trastienda ojeaban frenéticos tomos sobre masonería, alquimia y ciencias ocultas. Leyendo bajo mortecinas lámparas de gas los escritos de Aleister Crowley o John Dee, reuniendose en estancias encortinadas, buscando atravesar los planos y comunicarse con seres incorpóreos.
Los cinco temas de este primer disco, The Corpse of Rebirth, el más corto de más de nueve minutos y medio, son cinco picas en cinco conceptos filosóficos de manual ocultista. Un repaso místico de aire decimonónico que alinea lo divino y lo mundano, que bordea la locura que puede portar el ansia de conocimiento humano cuando éste lleva a intentar abarcar simas para las que no está preparado. Como tal, su escucha no es para el lector casual ni el gentleman ocultista de medio pelo. La construcción de cada uno de estos cinco temas, de un Black ambiental rebosante de matices, salpicado generosamente de giros experimentales y psicodélicos, revela un conjunto de ideas asfixiantes.
Entre los puntos más sobresalientes, el trabajo vocal, angustioso y visceral. Un ejercicio de expresividad, a ratos agónica, que tiene como contrapunto el brillante y desgarrador trabajo de violín que establece la línea principal melódica de todo el trabajo y cuya ejecución cae en manos de la señora (o señorita) Katherine, que tuvo su paso por los goticosos de My Dying Bride. El resto de la instrumentación se acopla cual guante, permitiéndose incluso licencias (un pequeño solo de batería, por poner un ejemplo) poco habituales.
La banda no esquiva los pasajes ambientales, los sintetizadores, las voces femeninas con un protagonismo real que visten algunos tramos de giros claramente góticos, las percusiones casi tribales, los devaneos progresivos o los interludios de locura y caos, tanto en intensidad musical como vocal, sin esconder en ocasiones influencias cercanas al folk británico y siempre espolvoreado con una fina capa de oscurantismo. No es un disco de Black al uso, como se puede adivinar ya a estas alturas, y pese a poseer momentos de buena intensidad en riffs y formas, no encandilará por sus blastbeats o sus tremolo picking. Más bien plantea una ofrenda de pasajes musicales, de sentimientos engarzados en desarrollos lentos y espaciales. Riffs largos, intensidad palpable. Una expresividad en la que la banda se abre paso acoplando una serie de momentos y estilos que transmiten diferentes sensaciones y que requieren una escucha atenta de cada uno de los enfermizos recovecos que son capaces de mostrar los de Leeds, en su gloriosa efusividad británica en la que tiene cabida incluso el te de las cinco.
Un trabajo que, bajo una escucha atenta, se revela original y en momentos terrorífico, tendiendo un tapiz que escapa al Black más convencional y bebe de diversas fuentes para presentar una propuesta que emociona a la vez por su delicadeza y su intensidad. Probablemente uno de los mejores trabajos de la pasada década, y como tal, cinco cuernos.
The Gentleman - Teclados, piano, percusión, batería
Mister Curse - Voz
Katie Stone - Voz, violin, flauta
Mr. T.S. Kettleburner - Voz, guitarra, bajo